Editorial


La alianza entre Venezuela y Rusia

El pasado Viernes Santo, durante una visita que realizó a Caracas, el primer ministro ruso Vladimir Putin manifestó que su país desarrollará “más fuerzas para luchar contra el terrorismo”, y aclaró que nunca ha tenido información que pruebe el apoyo de Venezuela a los terroristas. Cuatro días antes, un doble atentado suicida contra el metro de Moscú dejó 40 muertos, y el miércoles otro atentado en Kizliar, zona del Cáucaso Norte, causó diez muertos más, entre ellos nueve policías. El gobierno ruso atribuye los atentados terroristas en Kizliar a la insurgencia islamista impulsada por la rebelión chechena en esa región donde están ocho de las 21 repúblicas autónomas que hacen parte de la Federación Rusa, y la mayoría de cuya población es musulmana. Y el jefe del grupo rebelde islamista “Emirato del Cáucaso” reivindicó los ataques en Moscú. La región del Cáucaso Norte hace parte de una vasta zona que se extiende hasta muy lejos en el sur e incluye a las repúblicas de Ucrania, Georgia, Azerbaiyán, Kazajistán y Turkmenistán, y más allá a Irán, Pakistán y la zona del Golfo Pérsico, donde se encuentran la mayor cantidad de yacimientos de hidrocarburos. Esta región tiene por eso un enorme valor estratégico para las potencias mundiales, y aunque Rusia no ha hecho frente común con Estados Unidos en la cruzada contra el terrorismo fundamentalista islámico, la creciente desestabilización de regiones como Chechenia y Daguestán, debido a la lucha independista de esencia musulmana, podría muy pronto poner a este enorme país en la más difícil encrucijada de su historia: mantener buenas relaciones con los grupos terroristas islámicos, a riesgo de ver despedazarse su unidad política y territorial, o dedicarse a combatirlos con fiereza, con lo cual perdería su confianza y la de Irán. Por ello, hay que mirar con mucha prudencia las manifestaciones jubilosamente fraternales de los líderes de Venezuela y Rusia, anunciando que habían estrechado su relación, con la firma de acuerdos energéticos y de defensa, entre ellos uno para la explotación petrolera en la reserva venezolana en el Orinoco, cerca de la frontera con Colombia. Por muy habilidosa que sea la estrategia rusa en la región del Cáucaso Norte y de las ex repúblicas soviéticas musulmanas, para preservar su unidad sin pelear con Irán y otros sectores islámicos, en algún momento tendrá que decidirse a combatir el terrorismo fundamentalista, y en ese momento, seguramente su menor preocupación será Venezuela, especialmente si el presidente Chávez fortalece más sus relaciones con el mundo musulmán Sin embargo, como en el ajedrez político mundial los movimientos no se hacen aceleradamente, mientras Rusia no tenga que alinearse abiertamente contra el fundamentalismo musulmán, seguirá vendiendo equipo militar a países como Venezuela y firmado acuerdos con ellos, porque por ahora priman las ventajas económica y política que esta posición les produce, aunque seguramente no se arriesgará a proporcionarle apoyo tecnológico para construir centrales nucleares, después de firmar una extensión de los tratados de reducción de armamentos de destrucción masiva y en medio de la crisis causada por la intención de Irán de mantener y ampliar su programa. Chávez pretende volver a la polarización de la Guerra Fría, pero tanteando el apoyo del mundo islámico, con el que comparte la animadversión hacia los Estados Unidos, pero el mundo no es como en aquella época y difícilmente podrá conseguir un apoyo solidario, como el que pregonaba la URSS en nombre del socialismo y el internacionalismo proletario.

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