Editorial


La avalancha de concreto

El Distrito anunció una ofensiva en contra del estado lamentable de muchas vías, que serán reparadas, reparcheadas y algunas, construidas por primera vez mediante la “Revolución del Concreto”, programa que cuenta con 30 mil millones de pesos, tal como lo publicamos aquí el 18 de septiembre pasado. Quizá el área visible en que más se ha destacado el Distrito es en Infraestructura, bajo el liderazgo de Antonio Flórez, quien ha hecho un trabajo de hormiga, publicando en internet toda la contratación como deberían hacerlo las demás dependencias, y separándola de la tenaza de unos pocos contratistas que los gobiernos anteriores mimaban. Pero el trabajo de “hormiga” no ha sido sólo por lo minucioso y detallista, sino también porque una ciudad sin presupuesto de obras sólo puede hacer remiendos, aunque los hechos hasta ahora han sido buenos en términos generales (exceptuando las juntas de dilatación del Puente Román, por ejemplo). La Revolución del Concreto debería aprovechar los 30 mil millones para cambiarle la cara a Cartagena, y aunque las necesidades mayores están en los barrios periféricos, también las hay en los sectores en donde se pagan los impuestos para subsidiar a la Cartagena marginal. La Secretaría de Planeación anunció que poner a salvo a Bocagrande, Castillogrande y El Laguito del mayor nivel medio del mar durante los próximos 50 años costará unos 34 mil millones de pesos (a valor presente), invertidos por etapas, y creemos que en estos barrios, como en los demás, cualquier vía nueva debería obedecer a un plan maestro para evitar las inundaciones cuyos inicios ya hemos vislumbrado en Cartagena, cada año con mayor intensidad. En los tres barrios mencionados, las calles esconden su propia tragedia bajo el cemento. En la mayoría, las tuberías viejas del alcantarillado se derrumbaron, mientras que las nuevas redes, que fueron puestas paralelas a las viejas en buena parte de sus tramos, solucionaron la saturación del viejo alcantarillado sanitario, pero terminaron debilitando el lado de la calle que no intervinieron, debilidad que fue trasladada a la parte reparada al estar junto a una totalmente inestable. Como sucede en algunas enfermedades terminales cuando abren al paciente y lo cierran de inmediato por su estado irreparable, así hicieron entonces con el lado de las calles que albergaba los cascarones y socavones de las tuberías viejas. El trabajo requerido, que era nada menos que reparar ambos carriles de las calles de esos barrios, quedó peor que a medias, porque el Distrito algún día terminará haciéndolo todo de nuevo. Gastar plata en los barrios de los ricos no es “políticamente correcto” –y se entiende bien por qué- pero algún mandatario distrital tendrá que encarar este problema más temprano que tarde, ya que aquí también está el sector turístico, aunque la Revolución del concreto no alcance para tantas necesidades.

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