Editorial


La batalla contra el ruido

Los tres alcaldes menores de Cartagena, el EPA y el DATT anuncian una batalla integral contra el ruido que agobia a los ciudadanos, tanto en vehículos como en negocios, bares y viviendas privadas. Estas campañas bien intencionadas las hemos visto antes y celebramos que sean cada vez más frecuentes, aunque el ideal sería que fueran permanentes.
Ayer se quejaba en una columna de El Universal, Phillippe Lamy, un francés casado con cartagenera que se considera a sí mismo como hijo adoptivo de Cartagena, que luego de años viniendo a la ciudad con intervalos de algunos años, esta vez lo desesperó la cantidad de ruido en la urbe. Fue de las primeras y peores cosas que notó.
El ruido es un problema de salud pública y una violación del derecho a la tranquilidad que merecen todos los seres humanos en su entorno. El abuso del ruido no solo viene de los establecimientos públicos, sino de algunas casas privadas cuyos propietarios tergiversan sus derechos y desconocen sus deberes. Aunque estén en sus casas, el ruido de sus equipos no queda confinado en ellas, sino que se desparrama hacia el vecindario para alterar la paz y destruir los tímpanos de las víctimas obligadas a oírlo.
Las campañas de las autoridades contra el ruido suelen encallar por la dificultad de coordinar a todas las entidades que tienen que participar en los operativos, principalmente el EPA y la Policía. Y luego, por la falta de dientes de las normas, en las que el Distrito debe intervenir para dotarlas de todo el rigor posible.
Sirve de poco que los parlantes y cornetas con los que los conductores de buses torturan a sus pasajeros y a los peatones tengan que ser devueltos una vez decomisados. Deberían ser destruidos de la misma manera que los cargamentos de drogas ilegales o cualquier otro material nocivo para la salud pública y la tranquilidad ciudadana.
También tendrían que desmontarle a los buses los artefactos instalados en las llantas para que hagan ruido al frenar los vehículos. Estos son peores que los parlantes, ya que éstos tienen el pretexto de la música, pero los últimos son instalados exclusivamente para hacer ruido. ¡Increíble!
Los carros privados dotados de parlantes enormes también merecen capítulo aparte. Es inaudito que se les permita aparcarse frente a edificios y casas a poner música para que la oigan los demás a la fuerza, especialmente durante la noche, cuando los vecinos descansan. Nos atrevemos a asegurar que ninguno de estos hijos de papi se parquea frente a sus propias casas o edificios, porque sus padres no lo tolerarían, pero parece importarles poco que lo hagan frente a las residencias de otras personas.
Hay que decir que la policía de cuadrantes ha funcionado bastante bien para ejercer este control en algunos barrios, y merecen todo el apoyo de la comunidad y de las demás autoridades, especialmente cuando tienen que enfrentar a los jóvenes enfermos con el síndrome de “tú no sabes quién soy yo”.
Aplaudimos la iniciativa del Distrito y solo esperamos que el Concejo también apoye de forma irrestricta a las autoridades que emprenderán esta campaña.

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