Editorial


La burla de las campañas políticas

Aún no llega la fecha oficial para empezar las campañas políticas, ni se cumplen los términos de ley para utilizar la publicidad, cuando ya hay políticos pintoreteando los lugares públicos de la ciudad y de extramuros.
Utilizan el argumento usual: que no lo hacen ellos, y que no pueden impedir que sus seguidores, llenos de entusiasmo y admiración por las virtudes y buenas costumbres de sus líderes, se ocupen de irrespetar el espacio público con sus imágenes.
Otros tienen abogados que interpretan las leyes en contravía del espíritu con el que fueron promulgadas (para defender el aseo de las ciudades y las fachadas públicas), y fabrican sus propias jurisprudencias, precarias e improbables, pero impunes hasta ahora.
Es cierto que las campañas políticas, especialmente aquellas en las que compran votos –es decir, casi todas- salen demasiado caras y las consecuencias aparecen a diario en los medios del país: los candidatos ganadores tienen que empeñarse a los financistas y pagarles después con la contratación pública.
Los topes de financiación de las campañas son violados regularmente porque no se asienta en los libros buena parte de las contribuciones que llegan a la cauda electoral, pero no a través de las arcas de la campaña, sino en especie o en efectivo y de manera furtiva en los barrios de la ciudad.
Convendría que el Estado financiara las campañas, aunque esto de por sí solo no evitaría que los politiqueros avezados de siempre utilicen más dinero del permitido de manera furtiva, como dijimos arriba.
En la ciudad hay expertos en pintar paredes y pegar afiches. Esta última actividad suele ser nocturna, cuando las patrullas de la Policía han dejado de pasar. Salen varias personas en los distintos barrios, trabajan duro y rápido, y van dejando a su paso pegotes politiqueros en todos los postes y paredes disponibles. Y los más “acreditados” en esta actividad despreciable son quienes cobran más caro. Todo el mundo los conoce, pero tampoco les pasa nada.
En todas las elecciones ocurre lo mismo: comienzan las campañas antes de tiempo, prolifera la publicidad temprana ilegal, defenestran con ella los espacios públicos, las diversas autoridades anuncian que les caerán “con todo el peso de la ley” a los infractores, pero todos sabemos que esos anuncios son puro aire caliente que botan los funcionarios para no hacer nada al respecto. 
También hay personas en cargos de elección popular en plena campaña electoral, a la vista de todos, haciendo reuniones políticas, dando arengas en los barrios a pesar de que aún no hay autorización para hacerlo. Estas también tienen los pretextos de siempre: no están en campaña, sino en contacto con los ciudadanos, con quienes tienen responsabilidades en virtud de sus cargos, y no pueden despreciar a los miembros de la comunidad que las “invitan” a visitarlos. Y las autoridades del caso tampoco las ven.
Cartagena necesita aislar el cinismo politiquero y afianzar el voto de opinión, o no saldrá nunca de las garras de sus explotadores, ni de su atraso y pobreza.

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