Editorial


La cabalgata fallida

Desde hace varios años la cabalgata de las fies-tas de la Candelaria viene siendo cada vez más di-fícil de realizar partiendo desde Bocagrande. Co-mo tantas otras cosas en una ciudad que crece, la cabalgata es víctima de su propio éxito y creció tan explosivamente como la población del barrio en las últimas décadas.
Pasó de evento parroquial inocuo a uno masi-vo con consecuencias traumáticas. A pesar de que en los lotes donde antes hubo casas con pocas per-sonas ahora hay edificios enormes con cientos de inquilinos, las calles son las mismas de hace 50 años, con alguna que otra ampliación robada a las áreas peatonales. La movilidad de Bocagrande la atranca cualquier cosa.
Este año Cabalgar creía haber organizado la cabalgata tan bien que dejaría atrás el estigma de los trancones del pasado por la poca voluntad de los jinetes de avanzar, pero el Alcalde -presionado por parte de la comunidad de Bocagrande y Casti-llogrande-, cambió unilateralmente la ruta ini-cialmente acordada con Cabalgar, que no llegó a tener resolución oficial porque estaba en trámite una póliza rutinaria, pero hubo un acuerdo de pa-labra.
La nueva ruta no la aceptó Cabalgar, entre otras cosas, porque venían caballos desde varias ciudades, incluidas algunas del interior, cuyos ji-netes se sentían atraídos por el privilegio poco común de cabalgatear por la orilla de la bahía.
Cambiar la ruta inicial perjudicó a muchas personas; habrá habitaciones hoteleras y reservas de restaurantes canceladas; camioneros y dueños de caballos de alquiler pagados por anticipado tendrán que devolver el dinero, a su vez empleado de inmediato en otros menesteres por quienes los recibieron; y habrá monturas y aperos nuevos que serán devueltos a los almacenes o que quedarán arrumados para otra ocasión, entre otros inconve-nientes.
Desde este espacio hemos insistido en que Bo-cagrande ya no es adecuado para estos eventos. Los jinetes, de los cuales una minoría pertenece a Cabalgar, no tienen la consideración de mantener sus animales en movimiento para ir abriendo tras ellos las calles cerradas, ni la Policía ha tenido la garra para obligarlos, causando trancones monu-mentales que impiden la movilidad, incluida la indispensable para llegar a los hospitales y al aero-puerto. El disfrute de unas pocas personas ha puesto en jaque a un sector que ya es una ciudade-la en sí misma.
Pero dicho lo anterior, si la Alcaldía -aunque fuera equivocadamente- dio su palabra en la ruta que salía del parque de Castillogrande y concluía en la avenida del Lago y la mantuvo empeñada durante más de una semana, echando a andar dis-tintos procesos económicos importantes para los cientos de participantes directos e indirectos, ha debido cambiar su decisión de inmediato o man-tenerla, porque modificarla varios días después perjudica a todos y golpea su credibilidad.
Para que esta tradición de gran arraigo entre muchos cartageneros no desaparezca del todo en una ciudad de composición y espíritu cada vez más urbano y cosmopolita, y por lo mismo menos ruralista, todos los involucrados tendrán que ceder un poco de aquí en adelante. Sería deplorable que la intransigencia de todos la acabara.

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