Editorial


La enseñanza de La Niña

Las temporadas climáticas solían ser predecibles. En la Costa Caribe –como hemos anotado otras veces- la “primavera” comenzaba con las lluvias de mayo y abril. Luego había un veranillo entre junio y julio, y comenzaban las aguas copiosas en agosto, que se extendían hasta mediados de noviembre, sin que fuera raro un último aguacero –el “barremonte”- en diciembre, cuando comenzaba el verano. En ese entonces no tan lejano no habíamos oído hablar de “El Niño” ni de su contraparte, “La Niña”, ni se predecía el estado del clima, ni las mareas preocupaban a nadie, más allá de los capitanes de barco en aguas llanas. No se derretían los hielos de los polos ni de los picos de las montañas más altas, porque, como todo el mundo sabía, eran perpetuos. El mundo se percibía con parámetros absolutos, inmodificables, y las excepciones climáticas sólo servían para confirmar las reglas. Las siembras de pancoger se hacían en fechas predeterminadas, con exactitud casi matemática. En la Costa Caribe los campesinos quemaban el 20 de marzo los montes tumbados desde diciembre, y sembraban el maíz en los primeros días de abril, con la certeza de que si no había llovido aún, llovería sin que se perdiera la semilla. Cada año los cambios climáticos son más drásticos, y las lluvias excesivas de 2010 en la Costa Caribe, que ya han hecho más daño que en cualquier otra época anterior, están pronosticadas hasta enero, cosa imposible hace pocos años, cuando el clima seguía un orden conocido. Así como nos azota una temporada de lluvias que destruye casas, cosechas, ocasiona derrumbes y presagia escasez y carestía de algunos víveres, podríamos tener veranos –es decir, sequías- igual de violentas. No olvidemos que antes de que La Niña nos inundara, el Río Magdalena y el Canal del Dique estaban casi secos y peligraba el agua para potabilizar en Cartagena. El Universal publicó varias fotos mostrando lugares donde el Río Magdalena se podía atravesar a pie. La lección que nos dejan el verano extremo y las lluvias excesivas –coincidentes en 2010- aparte de que la certeza climática se acabó, es que tenemos que prepararnos para el agua en exceso y las sequías prolongadas. ¡Cualquier cosa podría ocurrir! Los programas de vivienda de interés social y relocalización de barrios en riesgo tendrán que apurarse en el campo y en las ciudades para estar a salvo de crecientes y de mareas altas; la infraestructura rural y urbana tendrá que ser reforzada con esmero y con calidad; y en el campo se debería poder almacenar agua para regar. Estos riesgos climáticos tremendos demandan líderes responsables y visionarios, al igual que funcionarios probos, pero de ambos hay pocos, por lo que la ciudadanía tendrá que votar con mucho más cuidado y exigirles mucho más a los ganadores. La corrupción es un tsunami más dañino que El Niño y La Niña. En el caso de Cartagena, los electores deberían volver a elegir una administración seria y comprometida, que construya sobre los logros de ésta y corrija sus yerros.

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