Es difícil creer que Juan Manuel Santos, el primer político colombiano en seguir de cerca a Hugo Chávez, denunciarlo y predecir algunas de las cosas que pasarían en Venezuela con él al mando, de repente se volviera tonto, torpe y bruto, y cayera hipnotizado por su antes archienemigo.
No sabemos si Santos juega bien al póker, como se dice con frecuencia, pero es inocultable que es calculador. No es que lo haga de vez en cuando, sino que vive de cálculo en cálculo, como lo notará quien le siga la trayectoria.
Los diálogos de paz en La Habana no pueden entonces ser un embeleco súbito, sino un plan fraguado durante mucho tiempo, con sus altos y sus bajos, pero reactivado apenas el Presidente se olió la coyuntura propicia.
La teoría antiguerrillera hecha política al menos desde López Michelsen era que a las guerrillas había que debilitarlas hasta obligarlas a negociar. La estrategia fue factible hasta que las Farc cambiaron su retaguardia de las selvas de Colombia a una Venezuela súbitamente hospitalaria, de izquierda, militarista y armada hasta los dientes.
La jugada hecha por el binomio Santos Uribe en territorio ecuatoriano al matar a “Raúl Reyes” era imposible de repetir en una Venezuela “mosqueada” por dicha incursión.
Así que los diálogos de paz en La Habana se volvieron, si no la opción más eficaz para quitarse un frente de lucha viejo y costoso de encima, sí una forma de hacerlo a bajo costo en vidas, terrorismo y sufrimiento de los colombianos. Y si no funcionan, el Gobierno continuará una lucha que no ha dejado de dar.
Aunque las Farc no sean un enemigo despreciable, el monstruo nuevo son las Bacrim, que adquieren fuerza a toda velocidad en el país, creando una orgía de sangre y violencia a la que las ciudades de la Costa Caribe, al igual que las del interior, no han escapado.
Si a Santos le sale bien su jugada en La Habana, podrá dedicar buena parte del presupuesto a desarrollar el país, pero también tendrá que enfrentar a las Bacrim con mucha mayor decisión, incluidas las facciones de las Farc que no dejarán el negocio del narcotráfico y se quedarán en armas, una vida en la que ya están cómodas.
El grupo de investigaciones económicas del Banco de Colombia emitió un trabajo en el que dice que “existe un círculo no virtuoso entre crecimiento económico y conflicto interno”.
Bancolombia precisa que “El país habría crecido cerca de 0,6 pps (puntos porcentuales) menos cada año por cuenta de la violencia. Más aun, esta pérdida de crecimiento habría alcanzado casi 2 pps hacia finales de los años noventa, cuando el conflicto alcanzó su mayor intensidad.” Entre 1998 y 2002, dice el estudio, “estos análisis señalan que año tras año la pérdida de crecimiento ha alcanzado entre 1,5 y 2 pps”.
No hay duda de que el país necesita la paz para crecer, pero tampoco puede descuidar ninguno de los nuevos frentes de ilegalidad y violencia, que adquieren tamaño y poder intimidantes.
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