Editorial


La importancia de divulgar datos delicados para informar a la gente, ¿compensaría las muertes y perjuicios que dicha divulgación podría acarrear?

Una fuga reveladora, pero traumática

En el año 2006, fue lanzado el portal web llamado WikiLeaks con el propósito manifiesto de publicar informes anónimos y documentos filtrados (la palabra en inglés leak significa filtración o fuga) que tengan un contenido sensible en materia religiosa, corporativa o gubernamental, preservando el anonimato de sus fuentes.
Gestionado por The Sunshine Press, una organización no gubernamental fundada por defensores de derechos humanos, periodistas de investigación y abogados, el sitio es dirigido por el australiano Julian Assange. A diferencia de todos los sitios “Wiki”, no permite a los lectores cambiar su contenido.
Al principio, se limitaba casi exclusivamente a publicar documentos polémicos sobre Estados Unidos y su papel en Irak y Afganistán, pero poco a poco amplió su contenido a ilustrar comportamientos antiéticos de gobiernos y empresas de todo el mundo.
Esta semana, WikiLeaks publicó una colección de 251.187 cables o comunicaciones entre el Departamento de Estado estadounidense y sus embajadas en varios lugares del mundo, la mayor filtración de documentos secretos de la historia, que ha sido denominada por los medios como Cablegate.
Los más importantes periódicos del mundo, como The Guardian, The New York Times, Le Monde, El País y Der Spiegel, tuvieron esa información y algunos la han publicado poco a poco.
Por supuesto, las revelaciones que hacen estos documentos golpean la credibilidad de la diplomacia estadounidense y la confianza de otros países en la legitimidad de sus acciones. Por tal motivo, su publicación ha sido condenada por numerosos sectores políticos, sobre todo gubernamentales, y se generaliza la impresión de que sus responsables pueden haberse pasado de la raya, incluso, que cometieron un delito.
Más allá de la posibilidad de penalizar esta filtración (el director de WikiLeaks está siendo procesado por supuesta violación, y muchos hablan de retaliación), el problema es que una filtración tan descomunal de documentos secretos obligará a los gobiernos, especialmente al de Estados Unidos, a cambiar radicalmente las reglas de la diplomacia, que se basan en la discreción y el secreto, las cuales han permitido evitar guerras (aunque también contribuyeron a iniciarlas).
Nadie ha señalado mejor el verdadero daño causado, que el embajador de Estados Unidos en Colombia, Michael McKinley, quien consideró que se ha reducido la capacidad de los diplomáticos estadounidenses de “mantener un diálogo franco y confidencial no solo con figuras del gobierno, sino con políticos y otras personalidades ajenas a los gobiernos”, pues si estas figuras no confían en la discreción diplomática, nunca se atreverán a decir nada.
La importancia de divulgar datos delicados para informar a la gente, ¿compensaría las muertes y perjuicios que dicha divulgación podría carrear? Destruida la confianza en la privacidad de la diplomacia y en los diplomáticos, ¿hay una manera alternativa adecuada para conducir el trato entre naciones?
Habría que considerar también si estas filtraciones comprometen la seguridad nacional de muchos países, lo cual pondría sobre el tapete una polémica sobre el choque entre la libertad de expresión y la protección de los ciudadanos, mucho más profunda que la iniciada con la lucha contra el terrorismo.

 

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