Editorial


La irresponsabilidad mata

La ciudad tiene una movilidad terrible, que tiene que ver con la falta de vías y la estrechez de las que hay, pero sobre todo, con la falta de autoridad y de control. Pese a las declaraciones de los funcionarios públicos, y los esfuerzos de algunos de ellos, se repiten todos los días las mismas infracciones peligrosas. El problema es de autoridad porque los conductores hacen lo que quieren. Aunque los peores son los de buses, busetas y taxis, muchos de los particulares también violan las normas, aunque con menor frecuencia. Lo anterior es conocido y comprobable. Hay un defecto estructural en el transporte público, apodado “la guerra del centavo”, que motiva a los conductores a su comportamiento delincuencial para arrebatarse los pasajeros mutuamente. La técnica, que es suicida, consiste en pasarse al contendor y luego cerrarlo abruptamente para “robarle” los pasajeros que hubiera recogido. Si a los empresarios del transporte les importaba un bledo los defectos mortales y estructurales de su negocio cuando lo tenían todo para sí, mucho menos les importará ahora, cuando está por entrar en vigencia Transcaribe. Aunque este transporte público eficiente y cómodo ayudará a enderezar muchos de los problemas inherentes a la explotación tradicional que aún nos maltrata, no será la panacea, ni sus buses serán conducidos por extraterrestres perfectos, y sobre todo, seguirán muchos de los conductores de siempre en las rutas alimentadoras, y si las cosas siguen iguales, en nuevas rutas ilegales que funcionarán impunemente y a plena luz del día, como las distintas clases de colectivos que vemos a diario. Es imposible que el Distrito le dedique un policía a cada conductor, pero tiene que haber mucha más autoridad y ésta tiene que ser estricta y honesta, y abandonar la costumbre de la mordida, que aún es demasiado común. Sólo con un sistema de autoridad justa y de multas que se cobren enseguida, comenzará a civilizarse el tránsito. También es indispensable que se permita más velocidad en algunos sitios, ya que los límites vigentes en muchos lugares son verdaderamente ridículos por bajitos, e incitan a los conductores a violarlos. Quizá somos demasiado optimistas al pensar que pueda comenzar a funcionar el sentido común en quienes hacen las normas, pero éstas tendrán que ser mucho más prácticas si se ha de mejorar la movilidad en Cartagena. La verdad monda y lironda es que la mezcla entre DATT y Policía no funciona siquiera medianamente bien para controlar el tránsito en la ciudad, y el Distrito tiene que tomar decisiones radicales, o todo seguirá igual, y seguirán muriendo niños y adultos en accidentes que se hubieran podido evitar. Es criminal aceptar los accidentes mientras entra a funcionar Transcaribe, o creer que unas muertes más no importarán hasta entonces, o permitir que la de la niña María José Pedraza Almeida, de tres años de edad, fallecida en un accidente absurdo el martes en la noche, quede impune.

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