Editorial


La legalización de la marihuana

Desde que se comenzó a creer en que California legalizaría el uso “recreacional” de la marihuana, el mundo ha estado inquieto. California es no sólo el estado más rico de los Estados Unidos (tiene la octava economía mundial), sino uno de los más progresistas. Ya habían legalizado la marihuana “medicinal” para consumidores calificados, pero también son pioneros en el control de la emisión de gases en los automóviles, y los que circulan allí cumplen estándares mucho más estrictos que en el resto del país. California es el estado donde nació el movimiento “beatnik” en los años 50, antecesor de los hippies, de Woodstock, y de la cultura relajada de los años 60 en el mundo, y también es uno de los más liberales en los demás sentidos, incluyendo la diversidad sexual. No es raro entonces que California esté a punto de legalizar el uso recreativo de la marihuana, con cuyo anuncio le puso los pelos de punta al orbe. Los presidentes latinoamericanos reunidos en Cartagena esta semana, con Juan Manuel Santos a la cabeza, criticaron con dureza la posibilidad de que California legalice la marihuana, basados en el desánimo y confusión que le causaría al mundo que unos países pongan los muertos del tráfico ilegal de narcóticos, incluida la marihuana, mientras un estado de la Unión proceda de manera contraria a la política nacional de su propio país. Pero los pronunciamientos altisonantes de los presidentes latinoamericanos –incluido Santos- pasaban por alto las declaraciones reiteradas de los funcionarios de los Estados Unidos, quienes han reiterado desde la Casa Blanca que aunque California legalizara la marihuana, el Gobierno Federal anularía tal decisión y no podría llevarse a la práctica en ese ni en ningún otro estado. George Soros, el influyente multimillonario estadounidense, apoya la legalización de la marihuana porque “reduciría el crimen, la violencia y la corrupción…; y las violaciones de las libertades civiles y derechos humanos que ocurren cuando grandes cantidades de ciudadanos respetuosos del resto de la ley, son arrestados (por portar o consumir marihuana)”. En todo el bullicio de los pronunciamientos desde Cartagena, a contrapelo de los mensajes emitidos desde la Casa Blanca, se intuye una segunda intención: dejar que California abra el camino a la legalización de las drogas en el mundo, con lo que la violencia en los países productores bajaría y se podrían invertir los recursos enormes de la lucha contra el narcotráfico, en educación, salud, vivienda e infraestructura. Es difícil prever que el mundo acepte legalizar una sola droga ilícita, ya que tendría que hacerlo con todas, exponiendo a sus juventudes a narcóticos baratos, con lo que el consumo de todos se dispararía y el deterioro de la salud sería enorme e inmanejable. Los planes de California tienen de positivo que abrieron el debate de la legalización, y también, de que se repartan las cargas de este flagelo internacional más equitativamente, entre los países productores y los consumidores.

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