Editorial


La locura de conducir

En este espacio nos hemos ocupado reiterativamente de la movilidad en Cartagena porque es más caótica cada día. En la primera página de ayer, con el título de “¿Carritos chocones?”, publicamos la foto de unos taxis “zapaticos” haciendo peripecias –todas ilegales- en la avenida Daniel Lemaitre, pero las hacen igual o peor en cualquier parte. Frente a la Alcaldía giran en U en cualquier sentido sobre el tramo más “sagrado” de la vía: la cebra peatonal.
Frente al Patio de Banderas del Centro de Convenciones Cartagena de Indias, toman el carril derecho, que es para girar hacia la avenida del Arsenal y Manga, pero viran la izquierda antes del semáforo para quedar de primeros en las filas de los dos carriles que giran hacia la calle de la Media Luna y el parque del Centenario.
Aunque con seguridad hay excepciones, no sabemos si la mayoría de estos conductores se siente avispada, eficiente, o si cree que el derecho al trabajo la faculta para violar los derechos de los demás. Estos conductores no respetan ningún turno en las filas ni tampoco las reglas de tránsito.
Como hemos dicho antes, su irresponsabilidad los hace el equivalente de las mototaxis, pero con cuatro ruedas. Su alevosía hace sospechar que si pudieran, también se montarían por las aceras. ¿Por qué este comportamiento? Una de las respuestas es que hasta ahora, casi todos sus abusos quedan impunes.
De las mototaxis, que le dañan el buen nombre a la mayoría de los motociclistas serios y cuidadosos, no hay mucho que se pueda añadir a lo ya dicho muchas veces: rompen no solo todas las reglas de tránsito, sino las del sentido común y de la propia sobrevivencia y por eso ponen la mayoría de los muertos en los accidentes de tránsito de la ciudad.
Los buses de servicio público y colectivos también hacen lo suyo, y conducir al lado o detrás de uno de estos es un riesgo, y ni hablar de lo que sufren los pasajeros entre los zarandeos causados por los piques para quitarse los pasajeros, las “ratoneadas” para no pasar el reloj de control antes de tiempo, y el ruido de parlantes y frenos, todos concebidos para ensordecer y torturar a la clientela.
La mayoría de los conductores de vehículos privados tienen que andar a la defensiva, cuidándose de taxis, buses, busetas, colectivos y motos. Aunque también hay infractores, son una proporción mucho menor a los de servicios públicos, no por ser ángeles, sino porque hay una mayoría propietaria de los vehículos que protege su inversión.
Ya sabemos que falta mucha autoridad, pero también es indispensable revisar las “fábricas” de licencias -las escuelas de conducción- que hacen poco más que enseñar a meter cambios y mover el timón. Faltaría una campaña de educación continuada, con exámenes periódicos obligatorios para refrendar la licencia, pero asegurándose de que sus resultados no dependan de los sobornos. La educación y las multas también tendrían que recaer sobre los peatones, cuyo comportamiento en las calles es igual de vergonzoso.

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