Cada día en Cartagena hay una pequeña o gran crisis por la mala disposición de las basuras. Ni el Centro Histórico ni los barrios turísticos de estrato 6 están exentos de la mala actitud de muchos ciudadanos con respecto al aseo público.
El parque del Reloj Floral, aledaño a El Universal, sirve de día como baño, sitio para almorzar al mediodía y luego es un sesteadero. De noche, una orilla se convierte en sitio de parranda, especialmente los fines de semana, o cualquier noche que haya un partido de futbol transmitido por televisión. También es dormitorio de indigentes.
Siempre hay bolsas de agua vacías por doquier, con las que se rebuscan los vendedores callejeros y que sus clientes arrojan a la calle. Igual suerte corren las cajitas de icopor en las que venden los almuerzos a “domicilio” que les sirven de rebusque a otro grupo de personas. En verano la brisa riega estas y otras basuras por todo el vecindario, incluido el fuerte de San Felipe.
En sitios emblemáticos como la Plaza de la Aduana o cualquiera de las demás del cordón amurallado, la limpieza matutina se pierde temprano como consecuencia de los vasitos plásticos en los que venden los tintos.
En cualquier barrio marginal, las casas, aun las más pobres, están impecables por dentro, siempre recién barridas, pero las basuras de este oficio doméstico van a la calle. Aquí se barre hacia afuera.
Cualquier esquina o espacio público está siempre en peligro de volverse un basurero satélite. La primera bolsa plástica dejada con desechos llamará a cientos más y en horas habrá una crisis sanitaria.
Las carreteras están llenas de basuras, la mayoría de las cuales salen de automóviles privados de habitantes de los pueblos aledaños que vienen hacia Cartagena a trabajar. A veces algún camión se orilla y en segundos llena cualquier cuneta con la basura que los vecinos de algún barrio le pagan por llevarse.
En algunas áreas que deberían estar impecables, como ciertos parajes profundos de los Montes de María, por ejemplo, en los lechos de los arroyos, hay bolsas plásticas en las ramas alcanzadas por las crecientes. Las basuras acumuladas del verano viajan aguas abajo en los inviernos. Mientras no las veamos nosotros, no importa a dónde vayan ni qué daño hagan.
Y en casi todo el Caribe colombiano se repite esta tragedia.
Siempre se nos compara con los habitantes de las ciudades y los pueblos del interior, donde no hay una sola basura en las vías ni tampoco donde no deben estar. En los caseríos más pobres el aseo es riguroso, en la casa más humilde hay unas flores sembradas en una lata cualquiera que cuelga del alar.
¿Qué nos pasa a los caribes?
Habrá que tratar de hallar la causa, pero un buen comienzo para cambiar sería emprender una gran cruzada entre el sector público y el privado para fomentar el civismo en las escuelas, hogares y sitios de trabajo. Si no, estamos perdidos.
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