Editorial


La meta de Cartagena con dolientes

Los lectores que comentan el editorial de ayer sobre la imprudencia criminal de manejar en estado de embriaguez, están de acuerdo en que el accidente en el que murieron tres peatones es una expresión más de la cultura local, en la que muchos ciudadanos creen que pueden hacer lo que les da la gana, incluso pasarse por la faja normas y prohibiciones.
“Cartagena es una ciudad sin dolientes”, “la comunidad está anestesiada”, “a la gente no le importa nada”, son algunos de los argumentos expuestos por los lectores.
La solución para estos comportamientos destructivos del bien común, de la seguridad urbana y de la comodidad cotidiana, empieza con la corrección de las conductas individuales negativas, es decir, parte de la transformación de los comportamientos de la ciudadanía, lo cual se logra a través de programas y campañas que involucran la participación de todos los habitantes de una ciudad, dentro de su propio rol social.
En otras ciudades, las experiencias exitosas de cultura ciudadana se han realizado con dos metas: lograr que los ciudadanos cumplan las normas y cooperen voluntariamente, y aumentar la regulación social a través de los controles jurídicos y de las sanciones morales. Los resultados son comportamientos y actitudes que muestran el amor por la ciudad, su disposición a cuidarla y defenderla, y la colaboración para que los demás lo hagan.
En Cartagena, las campañas de cultura ciudadana han fracasado por efímeras y poco enérgicas. Unas pocas han triunfado porque sus metas son modestas y puntuales, y porque se mantuvieron durante años.
Para solucionar los problemas de una sociedad, es preciso que todos los ciudadanos participen, pues si un grupo o sector de la población no lo hace, es imposible lograr el objetivo, como han estado de acuerdo sociólogos de escuelas opuestas que han estudiado el fenómeno de la interacción de las personas.
Es muy complejo y difícil enfocar las voluntades en el logro de un objetivo que sea de beneficio colectivo, y se dificulta más si cada ciudadano obtiene una gratificación momentánea cuando no colabora, por ejemplo cuando estaciona en sitios prohibidos y se baja del carro a dejar algo, provocando trancones, de los cuales él mismo será víctima más tarde. Pero puede lograrse, aunque no sea muy evidente cómo.
El sociólogo Talcott Parsons propone  hacerlo por etapas. Primero, buscar la coordinación entre todos los sectores y para ello hay que definir los objetivos y la manera de obtenerlos. Luego hay que fijar normas de funcionamiento urbano, con sanciones y recompensas, en cabeza de una autoridad indiscutible. Sigue la formación de los ciudadanos desde pequeños para que conozcan los valores de convivencia y sus ventajas. Y finalmente, entregarle a cada cual una misión específica y una responsabilidad, de acuerdo con el lugar que ocupe en la sociedad, sin discriminaciones ni exclusiones.
A juzgar por los comportamientos cotidianos visibles en Cartagena, la tarea es descomunal, pero finalmente tendremos que emprenderla.

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