Editorial


La perversión de las palabras

Cervantes y Shakespeare deben estar revolcándose en su tumba ante la perversión del uso contemporáneo de las palabras. Cada vez el ser humano cree estar más comunicado por el aspaviento de las nuevas tecnologías y las redes sociales, pero a la vez, padece el aislamiento y la incomunicación. La soledad humana se ha agigantado con el abuso indiscriminado de la tecnología. Estar bombardeado de información no estar comunicado. Acertadamente, un periodista de nuestro tiempo recordaba que ni los periódicos ni los libros van a desaparecer, lo que cambiará en la humanidad son los formatos y los soportes con que se proyecta el conocimiento, pero la esencia humana requerirá siempre de la palabra que nombra, cuenta, canta y reflexiona.
Los nuevos lectores tienen hoy desafíos novedosos. Los grandes libros de la humanidad como Don Quijote, de Cervantes, la obra dramática y poética de Shakespeare, como la novela célebre de nuestro Premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, hoy pueden leerse como libros impresos y digitales, y desde esta semana, la comunidad wayuu podrá leer la saga maravillosa de los Buendía en la lengua indígena, gracias a la iniciativa de Félix Carrillo Hinojosa.
Borges murió olfateando el lomo de los libros y evocando la metáfora exacta con que la humanidad se había soñado  e interpretado desde las noches de la antigüedad hasta la contemporaneidad.
Para él lo más difícil era definir los colores, los sabores, los atardeceres, la emoción de ver la luna o el mar como si fuera la primera vez y de una forma única. Comprendió Borges que cada día es único e irrepetible y que cada palabra contiene el prodigio de lo efímero y lo perdurable.
Hoy fácilmente se confunde el privilegio de la tecnología con el privilegio del conocimiento, la sensibilidad y la sabiduría. Es decir, la comunidad humana que manipula la tecnología pero intuye sus límites invasivos. Y las nuevas generaciones que nacieron bajo este tiempo y desconocen el proceso maravilloso que ha vivido la humanidad para llegar a este instante de la historia.
Solo lo trascendental y bello no será arrasado por la veleidad de las tecnologías. Al paso del tiempo, la perplejidad de los que mañana serán abuelos o nietos, descubrirán que detrás de todo ese huracán pasajero pervivirá siempre el hálito necesario de darle sentido, armonía, criterio y belleza a las palabras. Pero también nobleza, dignidad y profundidad al silencio. Hoy lo más difícil y costoso de nuestro tiempo es el privilegio del silencio en un universo abrumado y contaminado de ruido y basura.
El abuso de íconos en el vértigo cotidiano de las redes sociales ha forjado una comunidad delirante y precipitada que ha arrasado con la belleza de las palabras por el ímpetu de la inmediatez, y ha degenerado al ser en el espejismo del don de la ubicuidad, el estar en todas partes y no estar en  ninguna, atrapado y dominado por todos los aparatos posibles que simulan comunicarlo a sus semejantes y a su mundo.
El Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa alertaba por estos días sobre el peligro de convertir la cultura en un asunto episódico y espectacular, sometido a la intrascendencia de lo efímero.
Mucho silencio de sabiduría requerimos para manejar con prudencia ese patrimonio que hemos heredado: el don de la palabra.

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