Editorial


La pesca ilegal

La Armada Nacional emitió el Boletín No. 59, el viernes 24 de diciembre pasado, anunciando que “Más de 3 toneladas de pesca blanca fueron incautadas en dos embarcaciones tipo pesquero de bandera jamaiquina, que realizaban faena de pesca en aguas colombianas de manera ilegal, en cercanías al banco coralino de Quitasueño, al norte del archipiélago de San Andrés, por una Unidad de Reacción Rápida de la Armada Nacional”.Y luego añade: “gracias a la información proporcionada por la comunidad y el gremio pesquero de la zona”, se percataron de “las embarcaciones ‘Lady Shina’ y ‘7 mares’, con 19 y 14 tripulantes a bordo respectivamente, pescando en aguas nacionales sin los permisos correspondientes”.
Entre las dos llevaban más de 3,5 toneladas de pesca ilegal, material que fue entregado a Coralina, la entidad ambiental, mientras que los dos pesqueros están detenidos en las instalaciones de la Armada, en San Andrés.
La acción de la Armada es loable porque logró tres cosas: protegió los intereses ambientales y materiales de Colombia en San Andrés, y reafirmó nuestra soberanía en unas aguas que ciertos vecinos, como Nicaragua, miran con codicia.
Colombia tiene una extensión territorial total de 2’070.408 kilómetros cuadrados, y unos 928.660 de éstos son marítimos, en los que el país no puede bajar la guardia.
El celo que la Armada acaba de demostrar con los pescadores ilegales en el archipiélago de San Andrés también convendría que lo demostraran las entidades ambientales y de policía dentro de las fronteras, porque en algunos casos, parecen ciegas.
En las Islas del Rosario está casi extinguido el caracol de pala, antes muy abundante. Pasó de ser buceado por su carne, por los habitantes del litoral Caribe, a una depredación sin precedentes para utilizar su concha como “adorno” para venderles a los turistas. En una época, estuvo de moda como tope de puertas en las casas cartageneras.
El poco caracol de pala que se encuentra localmente está en aguas demasiado profundas para llegarle a pulmón, cuando antes se podían pisar en muchas de las playas coralinas del Rosario y de San Bernardo.
Otra especie en peligro es la langosta, también sobrepescada. Hay restaurantes, chefs y hogares que sirven las colas de langostas juveniles como adorno en arroces y paellas. Es no solo ilegal, sino que depreda el ambiente.
Cosa similar ocurre con las tortugas, cazadas por su concha, de la que se fabrican elementos que venden libremente en las calles de Cartagena: pulseras, cortapapeles, “binchas” para el cabello, cucharones para ensalada, entre muchas otras cosas.
Parece como si no aprendiéramos nada acerca de lo que significa dañar el ambiente, aunque las inundaciones pavorosas y los derrumbes en la Costa Caribe y en el interior deberían comenzar a convencernos de que todo en la naturaleza está ligado. Lo que puede parecer una acción nimia sobre una de las partes, puede afectar las demás de manera integral.
La Policía, el EPA, Guardacostas, Cardique y demás autoridades deberían estar mucho más vigilantes sobre esta depredación descarada. Y los ciudadanos, dispuestos a denunciarla.
 

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