Editorial


La plaga del ruido

La ley tiene que ocuparse de castigar el ruido con mucho más rigor, y las administraciones de hacer cumplir el reglamento existente…;

Los daños del ruido son tantos que sorprende que no sean penalizadas con más severidad las conductas que lo producen innecesariamente. La vida urbana expone a las personas a cada vez más ruido, en volumen y en la variedad de sus orígenes.
Una búsqueda en Google con “el ruido y el oído humano” arrojará miles de páginas de información. Una de tantas dice que “Según la Organización Mundial de la Salud, el ruido causa insomnio, desequilibrios hormonales, estrés e hipertensión, además de pérdida de audición. El ruido también afecta la capacidad de aprendizaje de los niños”.
La anterior no es una opinión de una persona enfurecida por un equipo de sonido salido de madre por la noche, sino un concepto médico y técnico serio, con estadísticas para respaldarlo.
Sorprende que Colombia, que habla de educar a su población, especialmente a sus niños, como la solución máxima a la pobreza y a la desigualdad social, no haya legislado de manera más efectiva para eliminar los ruidos.
Sorprende más en Cartagena, donde la Alcaldesa basó buena parte de su estrategia de gobierno en incrementar la educación, incluyendo haber acabado casi del todo con el analfabetismo.
Se les abona a la anterior directora del Establecimiento Público Ambiental (EPA) y a la alcaldesa por apoyarla, haberle parado muchas bolas a la guerra contra el ruido, para lo cual la entidad adquirió sonómetros e implementó campañas para decomisar parlantes en el transporte público y cerró establecimientos nocturnos en distintos barrios. Pero aún eso sigue siendo demasiado poco.
La guerra contra el ruido no puede ser librada con sobraditos del presupuesto ni con acciones tímidas, porque tiene proporciones epidémicas en Cartagena en todos los estratos, especialmente en los barrios más pobres, aunque de ninguna manera tienen el monopolio. Los de estrato 6 también están llenos de ruido, con el agravante de que quienes lo producen son personas dizque “educadas”.
Las fuentes de ruido “inevitables” por la dinámica del mundo moderno son principalmente de los motores de los aviones y de los vehículos terrestres, las sirenas de ambulancias y patrullas, y casi todos los demás son evitables, especialmente el de los equipos de sonido, de los que tanta gente abusa, y en algunos casos, cree tener derecho a hacerlo porque “estoy en mi casa” o porque “vivo de eso”, en el caso de restaurantes bares y demás.
La ley tiene que ocuparse de castigar el ruido con mucho más rigor, y las administraciones de hacer cumplir el reglamento existente con mucho más celo. El ruido producido por la desconsideración de los equipos de sonido no es “cultural” ni mucho menos inevitable.
El concepto mismo de la amplificación con torres de parlantes enormes estilo picó tiene que evolucionar cuanto antes hacia la instalación de muchos parlantes pequeños apuntando hacia el centro en los sitios públicos, o en los lugares privados que invaden con su estropicio el espacio público aledaño y las viviendas.
Nadie tiene derecho a invadir las residencias ajenas con ningún ruido, por ningún motivo, especialmente de noche.

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