Editorial


La renovación del 20 de Julio

El Centenario de la Independencia en la Bogotá de 1910 fue un acontecimiento fastuoso y lleno de discursos interminables de elogio a la patria, a la valentía de los libertadores y a la emoción de recordar el primer grito de emancipación. Las celebraciones tuvieron como eje la Exposición Industrial-Agraria, con pabellones agrupados por áreas como Arquitectura, Artes y Letras, Agricultura, Industria y Economía, y organizados como un modelo a escala de las ferias mundiales de París y Chicago. La programación incluía conciertos de música de cámara y actos protocolarios donde se exhibió lo más destacado de nuestra retórica épica. Algunas obras se construyeron para recordar la fecha, como las del Parque de la Independencia de la calle 26, de las que hoy sólo permanece el Quiosco de la Luz. De esa conmemoración elitista y excluyente en Bogotá, nos quedó la urna que será abierta mañana, en la que se depositaron elementos representativos de la época, al parecer documentos en su mayoría. Los sectores populares y las minorías negra e indígena no participaron en los actos fastuosos y sólo pudieron asistir a celebraciones aisladas. Ni siquiera fueron mencionados, como parte de los acontecimientos de la Independencia, en las piezas extensas de oratoria enfocadas en el significado de la herencia española. Esta vez, por el contrario, la celebración del Bicentenario salió de los recintos apergaminados de la aristocracia académica y política, para llegar a los rincones de nuestro país, convocando a todos los colombianos, sin diferencias de raza, religión, sexo, edad o preferencia política. En lugar de las proclamas grandilocuentes sobre las virtudes sobrenaturales de nuestros héroes patrios, se ha puesto a disposición de los ciudadanos el acervo investigativo de nuestra historia, compuesto de estudios serios y profundos que revelan la dimensión verdadera de los personajes y los hechos de la Independencia, de la que hoy, 20 de julio, es una fecha simbólica para marcar el comienzo de un proceso largo y sacrificado. El asunto anecdótico del florero no es más que una alegoría de la impaciencia que nuestros pueblos tenían por liberarse del yugo de un imperio que, además de expoliar sus riquezas y arrasar con sus culturas ancestrales, seguía abusando despóticamente de los nacidos en este continente. El júbilo de la celebración es entonces un pretexto para estudiar nuestra historia con rigor y valorar la herencia que recibimos como semilla de una identidad que seguimos tratando de afianzar. Uno de los éxitos mayores de esta celebración es que se ha logrado interesar a los niños en la historia nacional, a través de las metodologías más habilidosas, que aprovechan los avances tecnológicos para convertir las sesiones aburridas de clases de hace 30 ó 40 años, en una aventura interminable que distrae al tiempo que educa. Después de muchos años, en que la celebración del 20 de Julio perdió colorido y entusiasmo, hoy es la oportunidad para recuperar aquellos viejos júbilos patrióticos, enriquecidos ahora por un mejor conocimiento de la historia y una mejor comprensión del camino que tenemos por delante.

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS