Editorial


La “saladera” del Dique

El Canal del Dique ha sido la obsesión de la dirigencia cartagenera durante décadas, al principio porque era la manera de comunicarse más rápidamente con el interior del país, y ahora porque a través suyo la sedimentación de la Colombia de aguas arriba siega la entrada a la bahía y mata al Parque Nacional Natural Corales del Rosario y de San Bernardo.
Una visita a Google Maps le mostrará hasta al más ido de los asesores y académicos de cualquier parte que el delta del Canal del Dique marcha a toda carrera hacia Tierrabomba y está en peligro la viabilidad de Cartagena como puerto. No es un sonsonete inane, sino un hecho comprobable, visible y medible.
La sedimentación del resto del país no solo entra a nuestra bahía, matando la poca vida natural que aún le queda, sino que “empolva” los arrecifes del Parque Nacional mencionado, como también lo podrá comprobar cualquier turista aficionado a nadar con careta, snorkel y aletas en los arrecifes más llanos del Rosario y algunos de San Bernardo.
Semejante destrucción de riqueza, de fauna y flora subacuática es inversamente proporcional a la atención que le pone el Gobierno nacional a esta debacle y a Cartagena en general.
Pero Cartagena no es la única doliente. El sur del Atlántico aún está anegado luego de las crecientes que rompieron un gran boquete en un costado del Dique en Santa Lucía en 2011, con pérdidas enormes para agricultores y ganaderos, grandes y pequeños. Ese boquete está arreglado gracias a la diligencia del entonces gobernador del Atlántico, Eduardo Verano, y del apoyo del presidente Santos.
Varios pueblos de Bolívar también quedaron anegados por las crecientes y la Troncal de Occidente estuvo a punto de irse. Sin hacer las obras del Dique cuanto antes, el Magdalena podría repetir su hazaña en Atlántico y Bolívar, quizá con más contundencia que las veces anteriores.
El Canal del Dique está de malas. Luego de 8 años de la más insultante indiferencia por parte del ministro responsable durante los dos periodos de Álvaro Uribe, en el de Santos nos toca un proceso licitatorio lleno de tropiezos a pesar de la participación de dos compañías expertas en obras similares y en licitaciones internacionales, que es declarada desierta hace pocos días porque ambas se equivocaron en cualquier formalidad y ahora sucederá lo que debió ser innecesario: escogerán una de las dos a dedo, y quién sabe qué otra cosa podría ocurrir después para frenar o entorpecer de nuevo el proceso.
La vocación portuaria de Cartagena está en juego no solo por las demoras en las obras que impidan la entrada de sedimentos a la bahía, sino por la reculada del Gobierno nacional con el dragado para construir el segundo acceso al puerto por el que sería el canal del Varadero.
Los aspirantes a la Alcaldía de Cartagena deberían tener estas obras entre sus propósitos principales de gobierno.

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