Editorial


La seguridad de Cartagena

Colombia se hace una especie de examen de conciencia acerca del estado de la seguridad durante los últimos 5 meses debido al aumento en la actividad de la guerrilla de las Farc; el auge de vertientes diversas de la criminalidad, las Bacrim, asociadas al narcotráfico; y la delincuencia común, de la cual también hay muchas modalidades: raponazos, peleas entre pandillas, fleteos, asalto a negocios y saqueo de residencias.
Todas se entrecruzan con mayor o menor incidencia en las ciudades y en el campo. Aunque no se puede decir que hay formas de violencia exclusivamente urbanas y otras exclusivamente rurales, es obvio que unos tipos de delincuencia son más comunes en las ciudades y otras en el campo.
La violencia urbana “nativa” nace en las barriadas más pobres y se desparrama hacia el resto de la ciudad. El auge de las motocicletas permite que la delincuencia tenga una movilidad extraordinaria por las mejores y peores calles de la ciudad y la multiplicación del mototaxismo ha hecho que los bandidos se camuflen con facilidad en el enjambre de motos que atormenta a la ciudad.
Luego está la violencia “importada” de las diversas Bacrim, asentadas en toda la ciudad, donde extorsionan a los tenderos más humildes y también se atreven a intentarlo con algunos de los comerciantes más prósperos, especialmente en los entornos donde hay muchos almacenes y mucha gente, permitiéndoles camuflarse, aparecer y desaparecer con agilidad. Estas bandas suelen competir unas con otras por el control del territorio, por lo que sus miembros se asesinan entre sí.
Desde las cárceles, donde se “alojan” muchos de estos bandidos capturados, extorsionan casi a diario, usualmente por interés individual y no por las bandas criminales con las que los extorsionistas asustan a los extorsionados. Estos “empresarios” del crimen tienen a parientes y amigos para cobrar sus vacunas. A pesar de que esta forma de extorsión es conocida por el Gobierno y por el Inpec, se sigue dando con una facilidad enorme.
La inseguridad rural se parece a la de las ciudades, aunque el énfasis de la delincuencia aquí –además de dominar los pueblos a punta de terror- es asegurar los corredores de movilidad para exportar drogas. La delincuencia común no prolifera demasiado, más allá de los robos en cultivos, y de una que otra res.
Es inaudito que poblaciones que son dormitorios de Cartagena –como Turbaco, Turbana y Arjona- tengan tan pocos policías, para no hablar de las carencias de los Montes de María. A pesar de ser diligentes, no alcanzan a saturar su jurisdicción, facilitando que operen bandas de delincuentes que “trabajan” en la ciudad y se esconden allí.
La seguridad de Cartagena depende de que a la Policía Metropolitana y demás organismos estatales de la ley y el orden los doten muy bien, pero si las áreas rurales aledañas no las saturan con operaciones de inteligencia y de represión oportuna, Cartagena siempre estará amenazada.
La defensa más importante de esta ciudad depende de tener un campo sano y seguro.

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