Editorial


La semana carnívora

Para la mayoría de los colombianos, la carne es un artículo de lujo, inalcanzable, a pesar de que alguna vez –como cuentan los abuelos (y quizá hasta los bisabuelos)- buena parte de la población comía esta fuente importante de proteínas. La pauperización de la mayor parte de la población del país contemporáneo, especialmente la de la Costa Caribe, ha obligado a que aquí no se coma carne, ni siquiera la de de tercera y cuarta, salvo en pocas ocasiones. No tener trabajo, sumado a que las exportaciones habían encarecido la carne para nuestros habitantes, son las causas principales de esta tragedia. Con la leche pasa algo similar: los costos de producción la ponen por encima de la capacidad de la mayoría de la gente, a pesar de que los niños del país la necesitan desesperadamente para crecer de manera normal. La desnutrición atrasa física y mentalmente a nuestra juventud, y todos los esfuerzos que hagamos para mejorar como país se verán truncados si nuestras gentes no logran alimentarse bien. Por su parte, los procesadores de leche le apuntan a los derivados lácteos por su mayor valor agregado y menor costo de distribución, en perjuicio de la distribución de leche en las barriadas populares. Las desavenencias políticas con Venezuela recortaron las exportaciones de carne hacia ese país de manera drástica, creando una sobreoferta de este alimento en Colombia, sin que haya el hábito de comprarla ni la capacidad económica para hacerlo. Hay comida, hay quien la necesita, pero no tienen plata con qué comprarla. Lo único bueno de esta crisis gravísima para los productores de ganado es que necesitan crear un mercado interno que supla todo lo que alcance al mercado de exportación cerrado por Venezuela, y sus esfuerzos por hacerlo se notan todos los días de maneras diversas. Los ganaderos impulsan el programa de “Carne pa’ ti, carne pa’ mí”, con mucho éxito por cierto, que consiste en mercadear en los centros urbanos y a precios muy bajos las carnes no apetecidas para exportar ni por los consumidores locales más pudientes, creando una situación de “gana gana”: se benefician los consumidores porque les llega carne aceptable y barata, y los ganaderos porque la pueden vender, ayudando a crear una masa grande de consumidores internos. Y en segundo lugar, pero quizá más importante, vemos promociones como la “Semana de la carne”, que acaba de comenzar en Colombia impulsada por Minagricultura, Fedegán y Fenalco, y que también es un gran esfuerzo de mercadeo y de “gana gana”, mediante la cual los ganaderos y los megaalmacenes (grandes superficies) intentan trasladarle al consumidor -¡por fin!- los menores precios de la carne causados por el cierre del mercado de Venezuela, margen importante que ahora se embolsillan los intermediarios. Ojalá que de esta crisis resulte un mayor consumo de carne de los colombianos, especialmente de los más necesitados, y que el mercado interno se fortalezca a través de la eliminación de la mayoría de los intermediarios.

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