Editorial


La “justicia” ecuatoriana

No cabe duda de que Colombia entera subestimaba a Ecuador, de la misma manera que lo hacía con Pasto y los nariñenses. Aún abundan los chistes de pastusos, los mejores probablemente promovidos por ellos mismos, que como los ecuatorianos, nada tienen de tontos y sí mucho de astutos. Uno de tales chistes, mediante el cual se mostraba el menosprecio por el Ecuador, aseguraba que sus habitantes eran tan mensos, que se referían a los pastusos como “los colosos del Norte”. Este paradigma torpe de los colombianos, que desoye el decir sabio de que “tonto es quien cree que el otro es tonto”, seguramente se coló en la propia Cancillería del país durante muchas décadas, y en la actitud general del Estado hacia ese país vecino, que debió soportar este desprecio implícito (cuando no directo) durante tantos años. La incursión colombiana que mató a “Raúl Reyes” en territorio ecuatoriano fue vista no sólo como una violación flagrante de la soberanía de su país, sino como la gota de menosprecio que rebasó la copa de su orgullo, agravado por la llamada inicial del presidente Uribe a su homólogo, Correa, tratando de convencerlo de que la entrada a su país fue un error nacido del calor del combate, en vez de la acción militar premeditada que fue. La entrada de los militares colombianos a territorio ecuatoriano le echaba sal a esa herida antigua, además de zaherir gravemente el amor propio de un hombre tan pugnaz y tan pagado de sí mismo como el presidente Correa. La suma de rencores causó la reacción de los ecuatorianos, incluida la mirada de odio de Correa a Uribe en la reunión de República Dominicana, inmortalizada en una foto. A lo anterior hay que sumarle los trastornos que el conflicto interno de Colombia le ha causado a Ecuador, principalmente la cantidad de colombianos desplazados que le cuestan dinero al fisco ecuatoriano. Nada de lo anterior se puede ignorar si se ha de entender un poco mejor la reacción de los vecinos y el rencor general hacia Colombia que hay en ese país. Dicho todo lo anterior, nada justifica que los gobiernos ecuatorianos sucesivos permitieran –por omisión o comisión- que las Farc operaran a sus anchas en ese país, y que lanzaran ataques a Colombia desde allí. Los computadores de “Raúl Reyes” dieron a conocer nexos irrefutables entre funcionarios importantes del gobierno de Correa y esa guerrilla, los que hacían imposible confiarle al gobierno de Ecuador la posición del campamento de alias Reyes, cuya neutralización era indispensable para la seguridad de Colombia. La pretensión de la justicia ecuatoriana de capturar al ex ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, y ahora al general Fredy Padilla de León, para extraditarlos a Ecuador es absurda, aunque nazca del anticolombianismo radical que la permea. Aplicando la misma “lógica”, los jueces colombianos también podrían decretar la detención y extradición a Colombia de los funcionarios ecuatorianos que ayudaron a las Farc a que nos atacaran desde su territorio, y de los que miraron para el otro lado mientras lo hacían. El Ejecutivo ecuatoriano debería llamar a la sensatez a los jueces de su país, e impulsar la normalización de las relaciones diplomáticas por los canales regulares.

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