Editorial


Las CAR nuevas

El Ideam pronosticó hace poco que el invierno de 2011 sería más fuerte que el de 2010, o al menos, la primera temporada de lluvias, que en la Costa Caribe suele ir desde abril hasta julio, cuando generalmente se interrumpe con el Veranillo de San Juan, y luego arranca la segunda parte, que va desde julio hasta finales de noviembre.Si la segunda parte de la temporada de lluvias de 2011 es más fuerte que la de 2010, el desastre sería incalculable porque el agua caería sobre una tierra resentida y una infraestructura productiva y vial muy averiada. En muchas partes las vías terciarias están en el mismo estado pésimo que al entrar el verano en diciembre.
Las lluvias le dieron durísimo a todo el país y a Cartagena, aunque también hay que decir que nunca había habido una respuesta oficial –con todos los defectos y carencias que pudo tener-, tan oportuna como la del Distrito en 2010. La ciudad se inundó, pero como hubo prevención, la mayoría de los canales de desagües pluviales estaban atendidos y funcionaron bien, a excepción de los de Mamonal.
Por su parte, La Popa, cuyas escorrentías habían sido tratadas al comenzar el periodo de Judith Pinedo, no tuvo los daños catastróficos que pudo tener, especialmente en la cima.
A pesar de todo lo anterior, a la ciudad le faltan 280.000 millones de pesos –según la alcaldesa Pinedo-, para construir soluciones duraderas para los drenajes pluviales. Agrava la falta de presupuesto el haberle tenido que entregar durante años a Cardique el 100% de los recaudos por sobretasa ambiental. La Alcaldesa anunció que tratará de que la nueva CAR le dedique 50% de esta sobretasa a Cartagena, con lo que los barrios populares y el resto de la ciudad dejarían de padecer tanto con las temporadas de lluvia.
Ojalá que la entidad nueva, fusión de las CAR de Atlántico y de Bolívar, sea mucho más eficiente que las dos que la originaron, y especialmente mejor que Cardique, que tenía una burocracia enorme e innecesaria que la desangraba, obligándola a gastar sumas enormes en funcionamiento, que deberían haber sido para inversión. La CAR del Atlántico, sin que fuera un ejemplo de virtudes, al menos producía buena parte de sus gastos de funcionamiento.
Ahora habrá que tratar de evitar que la politiquería saquee la nueva entidad para que su presupuesto rinda, porque si bien es cierto que las urbes tienen necesidades ambientales enormes, las de las áreas rurales de Atlántico y Bolívar son mucho mayores y sus capitales han hecho poco por subsanarlas. La deuda social en el campo es igual o más perversa que la deuda con las barriadas urbanas.
A las ciudades les conviene que los pueblos de sus departamentos progresen, entre otras cosas porque así disminuiría la migración del campo hacia los barrios urbanos, y gastarían menos al no tener que recibir a tantos inmigrantes todos los años.
Ojalá que los vientos de transparencia que comienzan a imponer las Cortes en la política, también soplen en las nuevas CAR.

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