Editorial


Las intenciones de las Farc

Nadie puede culpar a quienes se encogieron de hombros y mostraron un gesto escéptico cuando leyeron un comunicado de Timochenko, comandante de las Farc, en el que dice que vale la pena apostar por la paz.
También es explicable que haya escepticismo sobre el anuncio de Iván Márquez de que las Farc dejarían de practicar el secuestro extorsivo y que liberarían a 10 militares y policías que tienen secuestrados desde hace muchos años.
Quienes han defendido la solución negociada al conflicto colombiano, a veces de manera contradictoriamente fanática y obstinada, argumentan que por primera vez en décadas, las Farc han hecho dos anuncios que hablan más de paz que de violencia, y que esos dos últimos comunicados se diferencian radicalmente de los sistemáticos pronunciamientos que han hecho durante más de 30 años, llenos de retórica marxista y nacionalismo desatinado.
Pero si se leen con detenimiento, en realidad no hay en ellos una decisión tajante de abandonar los ataques insensatos que siempre cobran más víctimas entre la población civil, ni de suspender los secuestros políticos no extorsivos, de manera que no puede criticarse el escepticismo de un gran sector de la sociedad colombiana.
Ese escepticismo tampoco justifica la escasa atención que se les dio a los comunicados, que debieron tener otra respuesta del Gobierno, meditada y muy clara, donde exigiera a las Farc mayores pruebas de la voluntad de paz, como al principio parecía querer hacerlo el presidente Santos, cuando consideró el anuncio guerrillero como “un paso importante y necesario, aunque no suficiente”.
Era la oportunidad de enumerar los gestos reales que el Gobierno y la sociedad esperan de las Farc para creerles, más allá de liberar a todos los secuestrados y suspender los ataques.
Las Farc cambiaron su posición sobre el canje humanitario, que ellos ponían como condición ineludible para dialogar con el Gobierno, para ofrecer liberaciones de secuestrados y la renuncia al secuestro extorsivo, lo que al menos amerita una consideración seria, aunque sea para preguntarse qué están tramando.
También hay un cambio sobre las agendas de diálogo propuestas en el pasado, que incluían transformaciones abruptas y absurdas en la propiedad privada y la inversión social, pues ahora sólo plantean un diálogo para buscar “una salida a los graves problemas sociales y políticos que originan el conflicto armado”.
Por supuesto, dados los antecedentes de las propuestas de paz que han hecho las Farc, es muy difícil pensar algo distinto a que están creando distracciones que de alguna manera reduzcan la presión militar sobre ellos.
La menos creíble de las propuestas de las Farc es su intención de respetar las normas del Derecho Internacional Humanitario, si las fuerzas armadas legítimas también lo hacen, un silogismo ambiguo y enredado.
No hay duda que el cerco militar contundente y continuado ha golpeado duramente a las Farc, pero antes de empezar el diálogo que muchos sectores piden, es preciso evaluar las verdaderas intenciones de las Farc cuya voluntad de paz, ciertamente, resulta difícil de creer.

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