Editorial


Las inundaciones

Los aguaceros de ayer y antier nuevamente desnudan la fragilidad de Cartagena, en parte por los fenómenos naturales exacerbados, tales como La Niña y las mareas altas de hace unos días, que afortunadamente no coincidieron con las lluvias copiosas que inundaron a la ciudad. Si la marea hubiera estado alta, el desastre hubiera sido mucho peor. Muchos expertos coinciden en que el cambio climático estará lleno de extremos, así que si bien La Niña nos ha dado una temporada de lluvias exageradamente fuerte, también podría suceder lo contrario en cualquier momento, y tendríamos sequías terribles, como pintaba la del verano anterior, anulado súbitamente por La Niña. Así que mientras ahora pensamos en cómo ponernos a salvo de la lluvia, la preocupación en unos meses podría ser la sequía, que mata cosechas, encarece la comida y causa hambre. Si planificáramos, tendríamos represas en la Cartagena rural y en el resto de Bolívar para guardar agua para los veranos, y también tendríamos protección contra las inundaciones, aunque la principal será la reubicación de la mayoría de los barrios subnormales a tierra alta. Lo demás es necedad. La zona industrial de Mamonal también mostró su vulnerabilidad ayer, ya que el arroyo Casimiro inundó buena parte de las empresas del sector, obligando a algunas a parar. Mamonal tiene que revisar sus desagües pluviales, y seguramente tendrá que integrarse a los de Cartagena, especialmente a los barrios aledaños, ya que se afectan unos a otros. La inundación de ayer obligó a la mayoría de las plantas generadoras de energía a parar porque también se inundaron, causando un racionamiento extenso que dejó a oscuras y con calor a la mayor parte de la ciudad y pueblos aledaños. Esa es otra arista local inesperada que le sale al cambio climático. Aunque las inundaciones han causado mucho sufrimiento, y lo seguirán causando sin que las autoridades puedan hacer casi nada hasta que no se aplaque La Niña, hay que tomar medidas de emergencia. Por ejemplo, acelerar la construcción del alcantarillado pluvial; suspender las licencias de construcción para edificios y casas cuyos diseños no los pongan a salvo de las inundaciones, o lo que es peor, de la combinación de un aguacero de varias horas y una marea alta; aprovechar que es inevitable rellenar el litoral para protegerlo de las mareas altas, para integrarlos con los diseños de las marinas para las cuales se han solicitado concesiones, de manera que se amplíen las vías, conserven los paseos peatonales y creen áreas internas para el tráfico de las marinas; y sobre todo, se apresure la construcción de viviendas de interés social para reubicar los barrios más precarios. También se requiere proteger el Centro Histórico de las mareas altas cuanto antes. Todo lo anterior tiene que hacerse de inmediato si la ciudad ha de sobrevivir para sus propios ciudadanos, y como un polo turístico y de desarrollo. Cualquier inversionista que la visite en estos días, o en los de marea alta, saldrá despavorido con su dinero para otro lado.

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