Editorial


Las lecciones del Golfo de México

El derrame de millones de galones de petróleo crudo en aguas profundas del Golfo de México, provocado por la explosión y hundimiento de una plataforma de perforación de la compañía British Petroleum (BP), es un desastre ecológico para los Estados Unidos y también para la humanidad. Pasarán muchísimos años antes de que la naturaleza se recupere de semejante daño, que sigue vivito y coleando, a pesar de que las medidas tomadas lo hayan aminorado. La parte visible es apenas la punta del témpano de hielo porque el desastre para los organismos y microorganismos marinos afecta toda la cadena de vida marítima y costera. Es inconcebible que en el país más avanzado del mundo existiera la tecnología para extraer el crudo a esa profundidad, sin que antes la hubiera para prever cualquier daño, y repararlo. Este desastre es un síntoma de la política ambiental del gobierno de George W. Bush, que favorecía a la industria por encima de la preservación de la naturaleza, y que pretendía abrir todas las reservas naturales a la industria petrolera. Su actitud fue la de dudar sistemática y tozudamente de las evidencias científicas de que las causas del calentamiento global y sus consecuencias se debían a la intervención del hombre, especialmente al consumir combustibles no renovables de origen fósil, cuya quintaesencia es el petróleo. Esta actitud de menosprecio alevoso por el ambiente creo la laxitud que desembocó en el desastre del Golfo de México, que aún no se sabe cuándo se podrá controlar. Si bien los directivos de la BP son responsables, el gobierno anterior de los Estados Unidos también tiene gran parte de la culpa al aupar la expoliación del ambiente y al crear un clima de burla e ironía hacia sus defensores. No quiere decir lo anterior que se debería detener la exploración petrolera en el mar, sino que antes de que pueda continuarse, tienen que existir las garantías tecnológicas y de infraestructura que aseguren que no se repita un derrame, ni grande ni chico. Estamos seguros de que tal tecnología y sus equipos operativos son fáciles de desarrollar, pero requieren una inversión enorme que las compañías petroleras nunca se habían sentido obligadas a hacer, y mucho menos cuando se habían acostumbrado a operar en un clima de complicidad con las autoridades gubernamentales. El megaderrame del Golfo de México impacta por su envergadura, antes inconcebible, pero no por ser el más visible, es el único daño. Quizá es más grave la suma de los que hoy parecen pequeños abusos contra el ambiente, que presenciamos todos los días, especialmente en países sin autoridad ni educación suficientes: basuras plásticas por toneladas en caños, arroyos, ríos y mares; deforestación permanente, con la erosión que se consolida y acrecienta después; sobrepesca en ríos, lagos y mares; blanqueo y muerte de los arrecifes coralinos por el calentamiento del mar; contaminación creciente por ruido; entre muchos otros abusos contra el ambiente. El derrame en el Golfo de México debería servirle al mundo para reflexionar, y sobre todo, para actuar radicalmente a favor del ambiente y de la vida.

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