La cancelación de bandos, desfiles y carnavales improvisados de barrio no fue la causa del menoscabo en calidad de las Fiestas de Independencia de este año, sino su consecuencia, producto de una serie de circunstancias que frenaron el proceso iniciado hace más de 10 años y que tuvo su mejor momento en la celebración del Bicentenario en 2011.
La revitalización de las fiestas novembrinas fue posible gracias a la participación de las organizaciones culturales de los barrios y los colegios oficiales de la ciudad, las primeras trabajando junto a los dirigentes comunales para que no hubiera dispersión en la programación de actividades desde principios de año, y la propia gente defendiera la tranquilidad de sus eventos.
Este año, las cosas empezaron a malograrse desde el momento en que se anunció que el Desfile de Independencia no sería en la Avenida Santander sino en la Pedro de Heredia, un exabrupto que asustó a muchos grupos folclóricos, que desistieron muy temprano de participar, pensando en el estado caótico en que las obras de Transcaribe tienen a esta vía.
En segundo lugar, el proceso de capacitación en los barrios y en los colegios se hizo aparentemente con el único propósito de no desbaratar una estructura y una metodología cimentadas con los años, pero sin la integración participativa que antes lo caracterizaba, a través de talleres diseñados según las necesidades de la comunidad y orientados a fortalecer el sentido de las fiestas como un patrimonio colectivo y no como una iniciativa gubernamental.
No podemos negar que algunos eventos fueron exitosos y congregaron a la comunidad, pero el vacío dejado por la suspensión justificada de otros fue aprovechada por desadaptados para improvisar apresuradamente “banditos” que fueron pretexto para desatar su agresión y su vandalismo.
Por supuesto, el principal culpable de estas frenéticas avalanchas de violencia, y en ciertos casos de muerte, son los propios vándalos, cuyo control se le dificultó a la Policía, que en casos aislados cometió abusos, porque algunos de sus hombres no supieron mantener la cordura que están intentando preservar y la emprendieron contra quienes no tenían responsabilidad en el vandalismo. El Universal fue víctima de eso.
Esos casos fueron la excepción y no comprometen la legitimidad de la acción de la Policía para impedir desmanes. Hay que seguir creyendo en la Institución porque es la única instancia legal que los ciudadanos tienen para que se protejan sus derechos y libertades.
Es imprescindible, sin embargo, que los miembros de la Policía entiendan que la única manera de ganar y conservar el respeto de la ciudadanía es respetar ellos, hablar con educación y pedir la colaboración para cumplir con los obligatorios operativos de control.
Hay muchas lecciones que nos dejan estas fiestas, y es de esperar que tanto las autoridades como la ciudadanía las aprendan para el futuro.
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