Editorial


Los buses trashumantes

Colombia es una nación de regiones y no se es menos colombiano por ser oriundo de una u otra, ni tampoco se es más. Los deberes y derechos son iguales para todos. Y también es cierto que cada localidad tiene sus particularidades, usanzas y leyes que deben cumplirse.
Vivir y trabajar en un lugar implica una reciprocidad entre el ciudadano y el Estado, en este caso las alcaldías y concejos, incluyendo las normativas que emiten para que las cumplan los ciudadanos. Se pagan los impuestos en un lugar y a cambio, se supone que se deben recibir del Estado los derechos por cumplir con las responsabilidades ciudadanas.
Una de las críticas grandes que se oye en Cartagena con respecto a las industrias asentadas aquí es que muchas pagan sus impuestos gordos en Bogotá, a veces porque el acoso fiscal local puede ser excesivo, pero la mayoría de las veces porque allá están sus sedes principales, de modo que el “desgaste” que hacen estas empresas del entorno local suele sentirse por los habitantes como mayor a lo que tributan por hacerlo.
También es cierto que los datos de Doing Business ponen a Cartagena en la cola de las ciudades colombianas en facilidad para instalar empresas, algo que debería tener a las autoridades locales preocupadas por mejorar, frenando sus apetencias alcabaleras cuando impidan atraer empresas nuevas.
Otro ejemplo de la falta de reciprocidad entre el Distrito de Cartagena y los inversionistas locales ocurre cuando llegan las temporadas turísticas y se instalan empresas de trago y rumba foráneas por unos pocos días, perjudicando los negocios de quienes funcionan aquí todo el año, emplean personal y pagan sus impuestos.
A estos fantasmas de temporada, acostumbrados a la complicidad de funcionarios de muchas administraciones anteriores para obtener permisos, les ha sido más difícil cometer los mismos abusos durante el periodo de Judith Pinedo, pero aun así muchos se ingenian para mimetizarse dentro de algún negocio local de ortodoxia dudosa y ejercer su piratería al amparo de los permisos ajenos.
El capítulo más nuevo en este rosario de asimetrías entre los jugadores locales y los foráneos –esta vez sin responsabilidad del Distrito- es la llegada de unos buses turísticos que tienen la tarjeta de operación de Minstransporte expedida en la Guajira, pagan impuestos de rodamiento en Soacha, pero rodarán por las calles de Cartagena. Llegan con permisos nacionales, establecen paraderos dentro de la concesión del amoblamiento urbano de Cartagena, todo sin que el Distrito pueda opinar.
Aclaremos que Cartagena tiene que atraer toda clase de inversiones legítimas, y que la idea de estos buses nos parece excelente y le da un atractivo adicional a la ciudad, que le faltaba. Pero también es cierto que pesan, ocupan bastante espacio y serán otro obstáculo en unas calles escasas, estrechas, sin disciplina de los conductores ni autoridad que la imponga. Atraer turistas ¿es compensación suficiente para Cartagena?
El Distrito debería estudiar la manera de evitar que estas y las demás asimetrías que se ven en la ciudad se sigan dando.

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