Editorial


Los coches: cambiar de paradigma

Los cocheros de Cartagena están en crisis porque no tienen dónde guardar ni cuidar bien a sus caballos, y tienen en crisis a la ciudad porque muchos deambulan libremente por las calles, buscando lugares urbanos donde pastar, especialmente en los alrededores de La Tenaza y de la Marginal del Cabrero. Los cocheros tienen “pesebreras” improvisadas en Chambacú, Espinal y El Cabrero, aledañas a su lugar de trabajo: el Centro Histórico y el sector turístico de Bocagrande. Según El Universal de ayer, en Cartagena hay 100 cocheros y 60 coches. El Distrito debería limitar la cantidad de coches, porque cada día serán más nocivos para el funcionamiento de la ciudad si se dejan a su libre albedrío, y requieren una especie de pico y placa para no ser otro dolor de cabeza. Los coches son anacrónicos en una ciudad de pocas vías, la mayoría estrechas. En temporada turística, congestionan el tráfico de entrada y salida a Bocagrande, inutilizando un carril completo. ¿Cómo será cuando funcione Transcaribe? Además, los caballos apestan la ciudad con sus orines y cagajones. A pesar de todo lo anterior, los coches son una tradición de la ciudad, aunque requieren un examen a fondo para solucionar su problemática y reglamentar su uso: cantidad, lugares y horarios. Las covachas que pasan por pesebreras son una vergüenza que merecerían ser clausuradas ya por la sanidad y por la Sociedad Protectora de Animales. El estado famélico de los caballos es inaceptable, y permitir que trabajen así es una crueldad. Una pesebrera adecuada tiene que ser amplia y tener una “cama”, bien sea de aserrín o de cascarilla de arroz para que los animales puedan descansar con comodidad. A ningún caballo le gusta dormir sobre sus excretas, y cuando lo hacen es sólo porque están rendidos por el cansancio. Como la gente, si no duermen ni comen bien, no rinden en el trabajo. Si el Distrito considera que los coches deben continuar, debería cambiar de paradigma. En primer lugar, establecería cuántos puede permitir, basado en un estudio serio. Luego, debería construirles unas pesebreras adecuadas y bonitas. Éstas podrían ser una atracción turística en sí, y funcionar como una especie de terminal de transportes para estos vehículos, con la obligación de mantener un aseo impecable. La boñiga de los caballos, que se recogería diariamente, serviría de abono para las áreas verdes de la ciudad y podría hasta venderse para mantener jardines privados. Si no hay un lote urbano apropiado, el Distrito debería construir las pesebreras en extramuros y vendérselas a los cocheros a crédito. Los coches se quedarían en algún lugar de la ciudad, y los caballos vendrían en un camión del Distrito por la mañana, y se los llevarían por la noche a sus pesebreras. Este mismo vehículo transportaría el pasto de las áreas rurales para alimentarlos. Quizá haya otra solución mejor, pero lo único cierto es que los coches no pueden seguir funcionando como lo vienen haciendo ahora, ni los caballos soportando semejantes vejámenes. El Distrito tiene que tomar la iniciativa.

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