Editorial


Los mensajes de texto no nos darán el cielo

Los adelantos tecnológicos en las telecomunicaciones nos han permitido superar distancias, acercarnos aunque estemos lejos y aumentar en gran medida la productividad en muchos campos de la actividad humana.
Sin embargo, esos mismos adelantos también han fortalecido hasta el aburrimiento muchas molestias que ya existían y que tienen que ver con la terrible costumbre de cierta gente por no respetar la tranquilidad ajena.
Un ejemplo de ello son los mensajes de cadena, que existen desde hace mucho tiempo, pero que con el advenimiento de los teléfonos celulares inteligentes y omnipotentes se volvieron una molestia cercana al martirio.
Los hay de todo tipo: campañas para salvar la vida de una niña que padece de un cáncer terminal; anuncios de campañas de Microsoft, Yahoo o Hotmail con fabulosos premios a quien más reenvíe mensajes; advertencias sobre las más inverosímiles formas de robo o atraco; y, por supuesto, profundos mensajes cristianos con citas evangélicas y todo.
Reenviar estos mensajes no sólo es una falta de respeto y un abuso contra los demás, sino que bien puede considerarse un delito porque afecta la privacidad y la tranquilidad a que tiene derecho la gente.
Esta Semana Santa, los mensajes cristianos parecen haberse multiplicado exponencialmente, adornados con figuritas de tinte sagrado, exhortándonos a portarnos bien, a entregar nuestro corazón a Cristo o a derramar su santa palabra como aguacero espiritual por todos lados.
Sería interesante saber cuántos de esos piadosos cristianos que quieren divulgar el mensaje divino a diestra y siniestra practican en la vida cotidiana la esencia de ese mensaje.
¿Cuántos de quienes nos atiborran de citas de los Evangelios realizan una labor de solidaridad social en los barrios pobres y deprimidos de las ciudades?
¿Cuántos de quienes citan versículos enteros de Lucas, Marcos, Juan o Mateo, trabajan cada hora de sus vidas por el prójimo y procuran hacer su vida más amable?
Es muy fácil aprenderse trozos de la Biblia e irlos repitiendo por allí en el momento preciso, o enviarlos a una audiencia exponencial a través de los chats o mensajes de texto de los celulares inteligentes.
Sin embargo, por muchos mensajes que se manden no se gana el paraíso. La convicción cristiana parte de una frase que exige acción, porque “de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”. El cielo se gana a partir de las acciones que hagamos para ayudar a los pobres, a los sedientos, hambrientos y enfermos.
Es maravilloso encontrarse con un mensaje personalizado que nos impulse a entusiasmarnos con la resurrección de Cristo y nos invite a realizar acciones concretas de bondad y generosidad.
Pero es amargo recibir 50 veces el mismo mensaje que combina unas citas evangélicas con palomas fulgurantes, halos sagrados y rostros de Cristo, y cuya única motivación es reenviarlos a otras 50 pobres víctimas que harán lo mismo, hasta cuando el ciberespacio se atiborre de palabras bonitas e inocuas.
Y mientras tanto, en la vida real, el dolor y sufrimiento crecen día a día.

 

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