Editorial


Los TLC: traición a la ganadería

El agro –especialmente la ganadería- ha sido, es, y parece que seguirá siendo, el patito feo de la economía colombiana, mientras la industria es su estrella. Es una realidad ya no sólo interna, sino internacionalizada a través de los sesgos en la negociación de los Tratados de Libre Comercio (TLC). Los demás países protegen su sector rural a toda costa, mientras Colombia usa la ganadería de comodín para negociar ventajas para los industriales. Los TLC consisten en que dos países se rebajan sus aranceles mutuamente para que -con algunas salvaguardas-, los productos del uno entren sin trabas al país del otro, y viceversa. El sector agroindustrial en Europa y en los Estados Unidos está subsidiado con sumas astronómicas, y sus productos llegan al mercado por una fracción de su costo. ¿Por qué subsidian? Para abaratarle la canasta familiar al grueso de la población, y para proteger la calidad de vida de los habitantes de los sectores agropecuarios, que tienen la capacidad técnica para producir cantidades enormes de comida en apenas tres meses de verano, y que estarían quebrados por su exceso de oferta si sólo el mercado le pusiera el precio a sus bienes y servicios. Subsidiar el agro, además de ser una medida social, es una decisión política para garantizarles a sus países la soberanía y estabilidad que da la seguridad alimentaria. Pero para que toda esta operación gigantesca les salga menos onerosa, quisieran saturar a otros mercados con sus excedentes, ojalá a precios superiores a los de su mercado interno. Si la ganadería colombiana tuviese que competir “palo a palo” contra la de los países desarrollados, en muchos casos les ganaría con productos más baratos y a veces mucho más sanos, como la carne que producimos en pastoreo, sin riesgos de la “enfermedad de las vacas locas”, asociada a los alimentos concentrados para bovinos, cuyos huesos son fuente importante de calcio en dicha mezcla alimenticia, convirtiéndolos en caníbales involuntarios que hacen de la enfermedad un círculo vicioso difícil de interrumpir. A nuestra ganadería le falta eficiencia, y ésta depende de la tecnificación, pero no puede haber tecnificación verdadera sin riego permanente. Las demás formas de tecnificación son importantes para mejorar la producción, y sobre todo, la productividad, pero marginales ante el riego, que es la condición indispensable. En la modernización ganadera distinta al riego, entrarían las cercas eléctricas, el manejo sanitario de los hatos, la mejoría en los pastos, la rotación de potreros, los abonos orgánicos, la silvicultura y la mejoría genética del ganado. Pero –repetimos- todas son inocuas sin riego, que es la esencia del forraje verde indispensable para producir carne y leche (¡de la que viven 400 mil familias en Colombia!) todo el año. Así que mientras Agro Ingreso Seguro no llegue a donde tiene que llegar, y mientras el riego no sea una prioridad del Gobierno nacional y del país, seguiremos con una ganadería ineficiente, ahora traicionada por el sesgo industrial de los TLC.

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