Editorial


Los tropiezos de Transcaribe

Cuando en Cartagena empezó a construirse el primer tramo de Transcaribe, hace más de  cuatro años, el Sistema de Transporte Masivo de Cali (MÍO) apenas era un proyecto en su etapa final.
Hace dos años, empezaron a rodar en Cali los primeros buses articulados en los corredores hasta ese momento terminados, y todavía no se vislumbra en Cartagena una fecha precisa para que rueden los articulados aquí.
Allá, la operación del sistema tuvo comienzos difíciles, a pesar de que Cali se ha caracterizado por su espíritu cívico enorme y su orden urbano, simbolizados en las colas que se veían en los paraderos de buses del viejo sistema de transporte urbano.
Estas dificultades son explicables porque un Sistema Integrado de Transporte Masivo como el MÍO no es simplemente una reorganización del tránsito, ni la aplicación de la tecnología para modernizar el traslado de ciudadanos en el perímetro urbano.
El sistema requiere un cambio rotundo en el modelo mismo de funcionamiento de la ciudad, y especialmente, exige una transformación en las costumbres de los ciudadanos, para consolidar una cultura de orden y respeto, donde todos contribuyamos a crear el espacio ideal para nuestras actividades diarias, incluyendo el deleite y el esparcimiento.
Como se hizo en Bogotá en la primera etapa de Transmilenio, se necesita convocar a la sociedad civil y a sus instituciones más representativas, para que aporten al diseño del modelo de organización urbana que más se acomode a su idiosincrasia, propiciando una transformación cultural que multiplique los espacios amables, ordenados y seguros que puedan mejorar la vida de los ciudadanos.
Es decir, que el primer paso para crear un sistema de transporte masivo, eficiente, rápido y cómodo, es la participación de los ciudadanos que van a utilizarlo. Sólo si muchos habitantes intervienen en su diseño y puesta en marcha, sentirán que esa infraestructura es suya y se esforzarán por cuidarla y mejorarla.
Por el contrario, las etapas más recientes de Transmilenio, que no alcanzaron a ser discutidas con la gente, son las que mayores obstáculos han enfrentado.
Hoy en día, el MÍO de Cali completará su operación, para que satisfaga a sus usuarios con eficiencia, comodidad y seguridad, pero fue preciso durante dos años sortear trabas, superar los problemas de contratación y sobrecostos, y principalmente, acostumbrar a la gente a usar adecuadamente cada uno de los componentes del sistema.
En Cartagena, el asunto es más complejo, porque el servicio pésimo de buses y busetas, hizo aparecer sistemas ilegales e informales, como las hordas de mototaxis o los colectivos, que crecieron desaforadamente y que podrían modificar enormemente el cálculo de la demanda mínima para hacer rentable la operación de Transcaribe.
No se hizo un trabajo lo suficientemente enérgico para vincular al ciudadano con el proyecto, a pesar de los muchos esfuerzos en las comunidades, pero aún hay tiempo, sobre todo para hacer entender que es la solución más adecuada, y especialmente, para que la propia gente se comprometa a vigilar que se culmine de manera íntegra y cabal.
Y también, a presionar para que los abusadores multiestrato de los espacios públicos creados por Transcaribe sientan el rechazo colectivo.

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