Mañana, Colombia elegirá a quienes integrarán la Cámara de Representantes y el Senado, y no hay motivos para creer que esas corporaciones se renovarán, sino que por el contrario, se profundizará en ellas el poder de muchos de quienes vienen saqueando el país y destruyendo su tejido social hasta extremos cada vez mayores. Como sugerimos recientemente, hay pocos partidos auténticos, con programas serios y candidatos con alguna credibilidad, y para empeorar las cosas, tienen más oportunidad de ser elegidos los traficantes de votos usuales, muchos de cuyos rostros se pueden ver en afiches que envilecen los postes y demás espacios públicos del país, porque están dispuestos a invertirle miles de millones de pesos a sus campañas, sin tener en cuenta los topes legales. Este irrespeto del espacio público y de las normas que lo regulan debería ser una razón suficiente para no votar por ninguno de los candidatos y candidatas que lo hayan hecho. Quien haya andado por la Costa Caribe en estos días, especialmente en Cartagena y Bolívar, seguramente habrá confeccionado ya su “anti-lista” con lujo de detalles. Para estos personajes, la politiquería es un negocio, nada más. La mayoría ni siquiera se toma la molestia de esbozar un programa, sino que cae en la retórica usual, que es cada día más pobre porque su educación, formación y profundidad son inversamente proporcionales a la cantidad de dinero que invierten en la campaña. Muchos otros candidatos de mañana son los sustitutos de políticos inhabilitados o presos, bien sean sus hermanos, hermanas, cónyuges, parientes o simplemente testaferros, y se sabe que gobernarán “en cuerpo ajeno” y hablarán a través de manejadores ventrílocuos. A juzgar por la impunidad con que operan los politiqueros, buena parte de los entes de control les pertenecen, así que tampoco hay mucha esperanza en ese frente, y muchas de las actuaciones de estos organismos corresponderían a luchas intestinas entre los grupos que los han parcelado, aunque lo usual parece ser “hacerse pasito”. La buena noticia es que en medio de ese panorama vergonzoso, hay algunos candidatos buenos, por los cuales se puede votar a conciencia. Y si aún así el elector siente desconfianza, podrá votar en blanco, que es una forma legítima y respetable de sufragar. Usualmente, la población independiente se siente impotente ante la politiquería, cree que cambiarla es imposible, y prefiere no ir a votar. Mucha gente tiene la fe perdida. El ausentismo de la gente seria es precisamente lo que les conviene a los corruptos y a sus maquinarias, ya que elegirán a sus fichas con mucha menor votación. Por eso, no votar es dejarles el camino libre a quienes vienen expoliando el país y esquilmando el bolsillo de todos los colombianos, así que es imperativo ir a las urnas aunque sea –como ya dijimos- a votar en blanco, que es una censura y un castigo moral contra quienes pervierten la democracia. No desestime el valor de su voto de persona decente y no se quede en casa sin votar mañana, porque la indiferencia de los ciudadanos buenos termina siendo más dañina que la perfidia de los corruptos.
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