Editorial


Mortandad de Palmas Reales

Las Palmas Reales sembradas en el Camellón de los Mártires tienen una historia triste en Cartagena. El primer fracaso ocurrió con las de la entrada de Bocagrande, que estuvieron bien y saludables, pero después se fueron muriendo. Las razones principales dadas eran dos: que habían muerto por falta de cuidado al vencerse el contrato de quien las sembró y cuidó inicialmente, y que las “macetas” donde estaban sembradas se les habían quedado chiquitas a la masa de raíces, que ya no tenían más para donde crecer. El segundo fracaso conocido de las Palmas Reales fue en el Paseo Peatonal de la Avenida Miramar, en donde fueron donadas por particulares y cuidadas por voluntarios de la comunidad de Manga. Allí se mantuvieron con esmero, incluyendo abonadas frecuentes con materia orgánica y riego permanente, pero la mayoría murió, incluidas las muchas que fueron resembradas para intentarlo de nuevo. La razón para este nuevo fracaso fue el nivel freático: se concluyó que las Palmas Reales, si bien son tropicales, no aguantan agua salada muy cerca a sus raíces y prefieren la tierra negra más lejana de la orilla del mar. Este argumento parece acertado, ya que en algunas fincas de Turbaco, crecen casi silvestres y sin beneficio de jardineros ni abonos. Y luego Cartagena tiene una nueva mala experiencia con las Palmas Reales del Camellón de Los Mártires, algunas de las cuales han muerto, sin que se sepa exactamente por qué, aunque se menciona que su riego no funciona y que no han sido abonadas. Valdría la pena saber si las “materas” del Camellón tienen fondo de cemento de algún pavimento antiguo, o alguna capa de zahorra que puedan impedir buenas condiciones para enraizarse estas especies. La discusión, sin embargo, no está concentrada ahora en si las Palmas Reales son aptas para sobrevivir en al ambiente y suelo del Camellón de los Mártires, sino en que no dan sombra y por eso son indeseables. El argumento original en contra de los árboles de sombra allí fue que taparían la vista de los monumentos, pero se cree que tenía más fuerza la certeza de que se llenarían de vendedores ambulantes, como ocurriría con seguridad si las autoridades no lo impidiesen. Hasta hace poco, los jardines y arborización pública de Cartagena eran un pretexto más para que se moviera la contratación y a los funcionarios les importaba poco si el material vegetal sobrevivía o no, porque lo importante era adjudicar el contrato para la siembra, así no se previera mantenimiento. La administración Pinedo cambió esa irresponsabilidad a través de Aguas de Cartagena, que adoptó varias zonas verdes y parques antes sentenciados a muerte, además de que algunas empresas privadas –con el liderazgo de Giorgio Araújo y otros empresarios, y de Ruth Lenes, directora del Establecimiento Público Ambiental de Cartagena (EPA), han promovido la adopción de cerca de 30 parques y zonas verdes como parte de su Responsabilidad Social Empresarial. Es hora de diseñar y dar a conocer –como sugirió Óscar Collazos- una política pública detallada de arborización, para subsanar el déficit de sombra de la Cartagena urbana, y de paso, terminar con la mortandad de las Palmas Reales.

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