Editorial


Mujeres inermes en su propia casa

Lo terrible del asesinato de una diseñadora en Barranquilla, en apariencia planificado minuciosamente por su ex marido, celoso porque ella siguió adelante con su vida y había empezado una relación amorosa, es que no se trata de un crimen insólito o esporádico, sino de una cada vez más frecuente práctica de violencia contra las mujeres. La violencia intrafamiliar, especialmente la que los hombres ejercen contra sus esposas, crecieron de manera alarmante en los últimos cinco años, según las estadísticas del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses. En 2009, según las estadísticas mencionadas, aumentó también el número de mujeres asesinadas, de las cuales, más o menos el 25% fueron muertas en su propia casa, y en el 14% de los casos, el homicida fue su esposo o compañero. Sólo en la Costa Caribe, 28 mujeres fueron asesinadas el año pasado por sus esposos, novios o ex maridos, y en casi todos los casos, el crimen tuvo móviles pasionales, celos, resentimiento por el amor propio herido, o venganza. Desde el comienzo de la vida en la Tierra, la violencia ha sido el mecanismo de control más usado, y a medida que se fueron consolidando las estructuras sociales con el afianzamiento del machismo y la discriminación contra las mujeres, se fue convirtiendo en una herramienta de control personal, social, político y cultural, con efectos desproporcionados en la vida diaria de las mujeres Larga ha sido la lucha que emprendieron las mujeres y un buen número de hombres para lograr no sólo el reconocimiento de sus derechos, sino el respeto como persona. Todavía queda mucho por hacer, pero a veces pareciera que en nuestro país hace falta incluso mucho más. Es pavoroso que la propia casa, escenario paradigmático de la mujer como esposa y madre, se haya convertido también en el mayor escenario de peligro para ella. Es infame que los lugares cotidianos sean fuente de amenazas contra la vida e integridad física y psicológica de las mujeres. Paradójicamente, en Colombia el machismo no sólo está fatalmente vigente, sino que parece haber crecido, a juzgar por dos características de la mayor parte de los asesinatos de mujeres entre el 2000 y el 2009: el aumento del número de mujeres asesinadas en el contexto de su familia y el incremento del número de mujeres asesinadas por sus parejas afectivas, cónyuges o ex cónyuges. Parece crecer entre la población masculina un sentimiento de impotencia por la pérdida del control sobra la vida de sus compañeras o ex compañeras, que se traduce en muchos casos en el ejercicio de la violencia contra ellas, y en un alto porcentaje, en el asesinato. Más aterradora es que gran parte de los hombres y un buen número de mujeres creen que a las mujeres, o a un alto porcentaje de ellas, les encanta que las golpeen, que no hacen esfuerzo alguno por enfrentarse a la violencia de sus parejas porque la aceptan como parte de su relación. Dolorosamente, la realidad es otra, y la pasividad tiene que ver más con la vergüenza y el miedo que con la complacencia. “Cuando él me pega duro, me dan ganas de denunciarlo, pero si lo hago, cómo educo a mis hijos y les doy de comer …;”, es el argumento que más repite en los casos investigados por el Bienestar Familiar. Por eso, la estrategia que mejor funciona para acabar con la violencia contra las mujeres empieza por la información, una tarea que deben emprender los organismos estatales que se ocupan del tema, las ONG, los colegios, las universidades y, sobre todo, los ciudadanos íntegros que no están dispuestos a permitir con su indiferencia que el asesinato de mujeres crezca incontenible. La peor forma de enfrentar el problema es contribuyendo a perpetuar los arquetipos infames, como la creencia de que a las mujeres les encanta que les peguen.

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