Editorial


Navidad estilo Farc

Cuando una parte pequeña de la población creía que quizá las Farc habían aprendido algo acerca de su propio país y de su impopularidad extrema en el territorio nacional, y que tal vez enmendarían su conducta bárbara, resultan secuestrando y degollando al gobernador de un departamento de los más martirizados de Colombia por este grupo que secuestra, asesina y trafica con narcóticos, pretextando ideales políticos imposibles de creer. Su cinismo sería casi irreal, si no fuese porque cada crimen suyo es más repugnante que el anterior. Este asesinato indica varias cosas. Las Farc no tienen la capacidad que tenían, ya que asesinar a su víctima sólo prueba –además de una brutalidad extremada- una pérdida de operatividad. Un secuestro tiene el propósito político de mostrar audacia, de presionar al Presidente con su víctima viva e intacta, de atemorizar a los demás políticos, de amedrentar a la población y de chantajear al Estado. Poco de lo anterior lograron las Farc mediante esta operación, fracasada porque terminó muerto su plagiado. Degollar a una persona muestra una sevicia patológica, y peor a un hombre inerme, aunque intenten mostrar este crimen como una “necesidad” para evitar hacer ruido con las armas de fuego y poderse escapar. Es obvio entonces que el operativo de secuestro fue superado por la respuesta de las Fuerzas Militares, que impidieron que se llevaran su “trofeo” al monte, y que la guerrilla cumpliera su objetivo impunemente. A la derrota militar que representó para las Farc no poder llevarse exitosamente al Gobernador a la selva, para luego pavonearse con su presa en videos infames, en los que ponen a sus víctimas a arrastrar su dignidad ante las cámaras, se suma una derrota política aún mayor dentro y fuera del país, y una bofetada para quienes pregonan que a esa guerrilla –que degüella secuestrados a sangre fría- hay que reconocerle el estatus de beligerancia. Este acto incrementa el desprestigio de las Farc en el mundo entero, y de quienes las apoyan. Si las Farc dejaran de creerse su propia propaganda de que son héroes populares, y si sus líderes dejaran de mirar su propio ombligo y de oír sólo a quienes los adulan, sabrían que hay un país que las detesta a ellas y a todos los armados ilegales, porque los sabe enemigos del pueblo, no les cree lo que ofrecen, ni quieren el mundo sanguinario y de pavor que le pretenden imponer a los colombianos. Internamente, las Farc no le han dado un golpe a la seguridad democrática, sino que despertaron los fantasmas que la produjeron, que se habían adormilado durante los últimos ocho años, y acaban de relegitimar los programas de seguridad del Presidente, y de afianzar sus pretensiones de un tercer periodo, apuntalando también la entelequia del “estado de opinión”. Los uribistas que comenzaban a dejar de serlo retornaron como resortes a sus posiciones originales, y los recalcitrantes se refuerzan en su apoyo por el Presidente. Es decir, las Farc –nuevamente- se pegaron un tiro en su propio pie. Las Farc les aguaron las navidades a los colombianos, pero también les recordaron quiénes son ellas.

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