Editorial


No dar la vía puede matar

La movilidad de Cartagena la dificulta su geografía insular y la falta de espacio para nuevas vías. Al mismo tiempo, unas normas de construcción laxas han permitido torres enormes de apartamentos sin prever nuevas calzadas, por lo que el trancón ha sido incentivado por sus propias autoridades. Una cosa es el desarrollo y otra el atropello del urbanismo y la calidad de vida.  Aquí impera lo último.
Si a esas condiciones geográficas se le añaden la poca cultura de mantenimiento que tiene calles y avenidas destrozadas, especialmente ahora que se incrementaron las lluvias, y además, una población creciente de automotores de todo tipo, el resultado es previsible: más trancones.
Es inaceptable que avenidas como la Santander se llenen de huecos cada cinco o seis meses, y es aún más inaceptable que los drenajes estén tapados frente al hotel Santa Teresa, por ejemplo, lo que sin duda dañará una vía vital para la ciudad, cuya capa de rodamiento ya andaba mal.
Lo mismo sucede por la avenida del Pescador, en donde ningún desagüe funciona, y si no estamos equivocados, los constructores de ese tramo de Transcaribe le quedaron debiendo una última capa de rodamiento. Parece que los funcionarios públicos anduvieran en helicóptero, porque a pesar de que estas anomalías llevan meses, ninguno parece percatarse de ellas para arreglarlas.
Tampoco han notado que la avenida del Arsenal está destruida, no solo por las aguas recientes, que la han empeorado, sino que desde hace varios meses vienen armándose muchos cráteres, más notorios porque las autoridades no controlan el parqueo en doble hilera de esta arteria y ya no hay cómo esquivarlos. La del Arsenal es una de las vías más importantes de la ciudad, puesto que maneja buena parte del tráfico entre Bocagrande y Mamonal, además de ser la entrada principal al barrio residencial de Manga.
En medio de este caos, empeorado por las mareas altas y los aguaceros, se desarrolla un drama diario y repetitivo, del cual tampoco parecen percatarse las autoridades ni la ciudadanía: el de las ambulancias, que tienen que abrirse paso entre los buses que se “cierran” unos a otros, y el equivalente de la “guerra del centavo” entre los conductores particulares, que tampoco ceden la vía.
Ya el mal humor de los conductores públicos y privados parece patológico y encaja en el término utilizado para describirlo en los Estados Unidos: “ira de carretera” (road rage).
Así las cosas, las luces y sirenas de las ambulancias son mayormente ignoradas por los conductores, y otras veces, cuando sí logran que les den la vía, les sirven a algunos avivatos para “chupar rueda” tras ellas y aprovecharlas para aventajar el tráfico.
Aunque las autoridades están ocupadas con la emergencia por las lluvias en los barrios, no deberían descuidar este despelote vial que empeora a diario en la ciudad, y sobre todo, deberían hacer una campaña masiva para que los conductores comprendan que no darle la vía a una ambulancia podría matar al enfermo que lleva adentro.


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