Dos tendencias se dejan ver en este preludio de la campaña para la Alcaldía: las propuestas populistas y etéreas de siempre y los ataques personales. Ambas son nefastas para la democracia y para las aspiraciones de mejor vida que tienen los habitantes de Cartagena.
Ninguna de las dos, además, tiene justificación en una ciudad que durante muchos años soportó administraciones sin una hoja de ruta, sin objetivos concretos y sin indicadores cuantitativos sobre sus logros y sus desaciertos.
En este momento existe un diagnóstico serio y continuado, producto del trabajo de muchos años del proyecto Cartagena Cómo Vamos, buscando datos y estadísticas para construir indicadores sobre los cuales medir con rigor cómo cambia la calidad de vida de los habitantes de la ciudad.
La actual administración de Judith Pinedo decidió basarse en tales indicadores para formular su programa de gobierno, estableciéndose metas exactas y medibles, cuyo cumplimiento puede observarse sin dudas ni apasionamientos, y, basándose en ellos, podrá hacerse un balance definitivo cuando se termine su periodo.
Es preciso que esa decisión de establecer metas cuantitativas la mantengan los candidatos a la Alcaldía. No podemos volver a las promesas ambiguas ni a los planes de contenido general, sin especificar rutas concretas.
En tal contexto, tampoco tienen cabida los infames ataques personales que, obviamente, captan el interés de los ciudadanos, pero que a la ciudad no le dejan beneficio alguno, sino, por el contrario, disputas agrias que impiden la unión de todos los sectores de la sociedad, dentro de sus diferencias, tan necesaria para enfrentar los graves problemas locales.
En Cartagena se necesitan candidatos que hablen de los problemas de la ciudad, que propongan soluciones respaldadas en cifras y en realidades, que no repitan la dañina costumbre de querer gobernar empezando todo desde cero, desconociendo los logros de los alcaldes que les antecedieron.
Llevar el debate político al plano de los rumores y chismes, es llevarlo a un ámbito de bajeza inaceptable, no sólo por la seriedad y franqueza que la ciudad se merece, sino porque distrae de la discusión de los verdaderos problemas y de las soluciones más eficaces para ellos.
Esperamos que sea ese el camino que transiten de aquí en adelante los candidatos, porque ni el populismo engañoso, ni las dádivas electorales, ni las prácticas clientelistas, ni los ataques de mala fe tienen cabida en una época en que la ciudadanía ha comenzado a participar de manera más consciente en la vida política y tiene ya capacidad y herramientas para escoger con certeza y cuidado a quien ha de gobernar la ciudad.
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