Editorial


No hay que salvar al planeta sino a nosotros


Algunos atribuyen el fenómeno al Cambio Climático y otros al ciclo natural que cumple la Tierra cada cierto tiempo, pero sea cual fuera la causa, no podemos controlar estos fenómenos naturales y tampoco echarles la culpa de todo lo que pasa.
Hace unas semanas, el presidente Juan Manuel Santos se refirió a la Niña como la “maldita Niña”, pero no es maldito un fenómeno climático que se forma desde la naturaleza, somos los humanos quienes no hemos sabido planear las ciudades, ni cuidar y respetar el equilibrio ecológico de nuestro entorno.
Todo lo que pasa es culpa de la mala planificación, las decisiones políticas erradas, los intereses económicos demasiado ambiciosos y los intereses particulares de cada ciudadano, que poco a poco han cambiado el uso del suelo, el cauce de los ríos y de los cuerpos acuáticos, sin importar las consecuencias.
En toda la historia de la Tierra, siempre han existido fenómenos naturales como las temperaturas excesivamente altas y bajas, las lluvias torrenciales, los huracanes, las erupciones volcánicas, las tormentas eléctricas o los terremotos.
Pero hay otros fenómenos derivados de los naturales, causados por la imprevisión del hombre, como las inundaciones, los deslizamientos de tierra y la erosión a gran escala, que ocurren simplemente porque la naturaleza empieza a reclamar lo suyo.
Por eso no podemos hablar de salvar al planeta, pues él ha demostrado que lo puede hacer perfectamente sin nuestra ayuda. El asunto ahora es salvarnos a nosotros mismos, pues somos los que a la larga pagaremos las consecuencias de todo el daño que estamos haciendo.
Como nuestro cuerpo, la Tierra tiene un sistema inmunológico que se defiende de quienes la atacan desde dentro. Los fenómenos naturales son la respuesta al ataque que le hacemos a la Tierra. 
El diagnóstico ha sido suficientemente realizado y sabemos cuál es el remedio: simplemente vivir en armonía con nuestro hogar, con nuestro planeta. Los otros remedios son peores que la enfermedad.
Mientras sigamos viviendo una vida devoradora y destructora, la Tierra seguirá defendiéndose, y por muy superiores que seamos al resto de especies vivas, la naturaleza terminará aplastándonos sin piedad, para recuperarse definitivamente. La Popa, por ejemplo, tiende a reacomodarse a través de los derrumbes y deslizamientos para rellenar los cortes que le han hecho por todos lados para recuperar así su equilibrio estructural.
Es hora de cambiar el rumbo, de pensar sobre lo que podemos hacer para vivir en armonía con la naturaleza. Se necesita, eso sí, cambiar la prioridad, reemplazar la codicia económica por un sentido de pertenencia con las riquezas naturales, que todavía en Colombia son abundantes.
Cada persona tiene el poder de frenar la hecatombe desde la propia entraña de la sociedad frenando el consumo innecesario. Compremos los productos que contribuyen a la sostenibilidad del medio ambiente y no los que se fabrican destruyendo ecosistemas, prefiramos lo biodegradable y lo duradero, para producir menos basura inútil.

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