Editorial


No a la privatización del espacio público

Al fin se le mide el Distrito a controlar el abuso de los invasores de cuello blanco en el espacio público de las plazas y parques de Cartagena. Lo que podría ser un privilegio para propios y extraños se ha convertido en un abuso, y lo volverá a ser si los operativos no son constantes, y las multas y sanciones severas. La saturación de las plazas con mesas de restaurantes y bares no contribuye al “encanto” que debería tener la ciudad para propios y visitantes, sino que la hace ver truculenta, sucia. Para colmo de males, cada lugar cuenta con su propio acosador en la puerta del negocio o en la propia calle, librando una lucha por los clientes, y solo falta que los jalen físicamente para las mesas de sus negocios. Espacio Público encontró un par de negocios sin permiso de funcionamiento, lo cual tampoco es sorprendente en esa barbarie de informalidad multiestrato que acosa a Cartagena por doquier. Quizá vale la pena recordar lo que hemos mencionado aquí varias veces: en el viejo centro histórico de San Juan, Puerto Rico, hay cinco plazas importantes, y sólo dan en concesión 33 por ciento del espacio de cada una, mientras que el 66 por ciento restante permanece en manos de la Alcaldía para uso de la comunidad local y de los visitantes. Con frecuencia, la Alcaldía patrocina grupos musicales en un horario y volumen de sonido que no interfiera con la tranquilidad de los habitantes. Y allá, quizá por herencia del pragmatismo gringo en la isla, tienen derecho a ese 33 por ciento solamente los negocios que tienen su frente sobre la plaza, y se adjudica a quienes primero lo soliciten. No hay las leguleyadas que intentan hacer primar aquí los interesados, ni las complicidades por omisión y comisión que se han visto entre algunos funcionarios y aspirantes a ocupar los espacios públicos. A Espacio Público se le comienza a notar un método operativo en medio del marasmo de invasiones de la ciudad y de todas las trabas legalistas que hay para impedir recuperar las áreas de todos, ocupadas por una mezcla de avivatos y gentes muy necesitadas. Convendría que Espacio Público se fijara también en lo que ocurre en la calle del Arsenal y la Calle Larga durante los fines de semana -entre muchos otros lugares con condiciones similares-, cuando los asistentes a los bares y discotecas se aparcan próximos al andén y hasta sobre éste, y luego otros clientes y taxistas completan una segunda y hasta tercera fila de parqueo paralelo, obstaculizando una vía completa como si fuera propia, y como si el bienestar de sus negocios primara sobre los derechos del resto de la comunidad. También hay que desprivatizar las playas, muchas –en la práctica- de propiedad de carperos y vendedores estacionarios e informales, y reglamentarlas mediante concesión o cualquier otra forma que funcione, para que las personas que acudan allí a pasar un rato en paz, y no lo logran por el acoso descarado y desmedido, tengan donde refugiarse de los que hoy actúan como dueños del litoral. Por lo pronto, a Espacio Público se le ven ganas de trabajar, a pesar de las trabas de todo orden que debe enfrentar.

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