Editorial


¡No más!

Cuando un hombre, cegado por la obsesión y por los celos, agrede brutalmente a una mujer que no quiere nada con él, o la asesina cruelmente, el problema deja de ser asunto de pareja para volverse un padecimiento colectivo, un trastorno social.
En los seis meses transcurridos de este año, se han registrado seis asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas: el 28 de enero Nazly Martínez, de 28 años, fue asesinada por su marido; el 1 de febrero, María Elvira Barraza, de 30 años, murió de un disparo que le propinó su novio; el 24 de febrero, Aleida  Mercado  Puello,  de  sólo 19 años,  fue muerta de un balazo por su compañero; el 17 de mayo, Yelissa  Puello Díaz, de 29 años, murió  apuñalada por el hombre que fue su compañero por 13  años; el 4 de junio, Gloria  Ruiz  Bedoya,  fue asesinada  por  su compañero, un  patrullero de la Policía; y el viernes pasado, Angélica Gutiérrez, una estudiante de 20 años, fue salvajemente agredida por su exnovio y murió el sábado.
Apenas este año, se han registrado más de 30 casos de golpes y agresiones violentas contra mujeres, que dejaron a las víctimas con heridas graves, según las Casas de Justicia y Medicina Legal. Se calcula que los casos que no se denuncian podrían ser el doble.
Cuando hechos como estos se vuelven más frecuentes y más brutales, es el síntoma inequívoco de que la sociedad está padeciendo una grave enfermedad moral y emocional, que convierte paradigmas enraizados de machismo y orgullo viril en una obsesión controladora que se manifiesta en la violencia.
Estos apegos obsesivos, que debido a los esquemas sociales machistas se manifiestan más en los hombres, no son muestras de amor, sino del trastorno que sufren las personas posesivas y controladoras, que se vuelven peligrosas cuando la víctima comienza a contrariar sus caprichos o exigencias.
El problema es que muchas veces las mujeres están enredadas en una telaraña de presiones emocionales que les impide ver la verdadera naturaleza del “amor” de su pareja, hasta cuando ya es muy tarde.
Los hombres obsesivos, controladores y celosos al extremo padecen de un trastorno mental grave que no puede justificarse con argumentos compasivos.
Aquí pierde toda validez ese refrán tan repetido que dice que “entre marido y mujer nadie se debe meter”, pues son los padres, familiares cercanos o amigos de las víctimas quienes mejor pueden darse cuenta de la obsesión agresiva que las amenaza y que con su afecto y franqueza pueden desactivar.
Los padres, sobre todo, no pueden abandonar su tarea de proteger y orientar a sus hijas jóvenes.
Es preciso también que las autoridades y las entidades que se ocupan de la familia y la mujer fortalezcan y extiendan su función orientadora y protectora, evitando el camino fácil de desestimar las denuncias de las mujeres y creer con todo se arregla con campañas.
A la comunidad en general le corresponde igualmente asumir su responsabilidad de no permitir un caso más de agresión contra las mujeres.
No bastan las marchas, ni las frases de concientización, se requiere además, la actitud vigilante y de cero tolerancia con estos comportamientos criminales.

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