Editorial


Noche de cabalgata y desmanes

Lo que los habitantes del Pie de la Popa temen todos los años por esta época ocurrió de nuevo el sábado pasado, a pesar de todas las precauciones tomadas y a pesar de que la cabalgata de la Candelaria llegó a un sitio lejos de aquel sector.
La cabalgata salió de los alrededores del Hotel El Dorado de Bocagrande, después de las 3 de tarde, recorrió la avenida San Martín y terminó en el Parque de la Marina poco después de las 8 de la noche, causando un embotellamiento durante más de una hora en el sector de la estatua de Santander, una contingencia difícil de controlar, a pesar del esfuerzo y las buenas intenciones del DATT.
Sin lugar a dudas, el desfile de unos 700 jinetes montando caballos criollos, cuidados y entrenados meticulosamente, es una actividad imponente que en otras ciudades como Cali o Medellín se realiza con disciplina y orden rigurosos, para ofrecer un espectáculo visual inolvidable.
Sin embargo, en esas dos ciudades, el recorrido se realiza a través de avenidas más amplias, lejos de los puntos de mayor densidad de tráfico y actividad urbana, lo que en Cartagena es imposible, por la red vial reducida y la ausencia de alternativas de circulación.
Es loable el esfuerzo de la Asociación de Criadores de Caballos de Bolívar (Cabalgar) en la organización y realización de esta cabalgata, que ha sido tradición de las Fiestas de la Candelaria, explicable hasta hace unas décadas en que la ciudad no había crecido tanto, ni la movilidad urbana se había hecho tan compleja.
Aparte de las molestias que causa la cabalgata en la circulación de vehículos y en las actividades cotidianas en los sectores que recorre, desde hace unos 10 años ha generado, además, consecuencias martirizantes para los habitantes del Pie de la Popa, donde terminaba tradicionalmente, porque al final del desfile se armaban desordenes a los que asistían decenas de borrachos impertinentes y altaneros –muchos de ellos jinetes participantes en la cabalgata– que durante horas perturbaban la tranquilidad de los vecinos, irrespetaban a las mujeres y agredían a los hombres, sin que autoridad alguna pudiera controlarlos.
Este año, según el número elevado de quejas que hemos recibido en El Universal de los moradores del Pie de la Popa (y de los de Bocagrande por el trancón), aunque la cabalgata no terminó en el sector, muchos jóvenes embriagados protagonizaron escándalos y peleas a piedra y botella, especialmente en el callejón de Los Pocitos, mientras otros llenaban de ruido desmedido la noche del sábado, con los equipos de sonido de sus carros puestos a todo volumen.
Incluso, según declararon algunos vecinos, en un momento dado se produjo un enfrentamiento de tal magnitud entre los jóvenes borrachos y agresivos, que la Policía debió intervenir blandiendo sus armas para controlar el salvajismo.
Cuando una ciudad no está preparada, ni tiene la madurez suficiente para asistir a un jolgorio manteniendo la compostura y respetando el derecho a la tranquilidad de los demás, es preciso abstenerse de realizar tal jolgorio, porque más que la tradición, se trata de preservar la tranquilidad, e incluso la vida de la gente. La cabalgata, si ha de perdurar, tiene que ser reinventada y trasladada a otros lugares donde no ocasione tantos inconvenientes.

 

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