Editorial


Ocho violadores capturados

La Policía Nacional en Bolívar, a cargo del coronel Hugo Casas, capturó antier a una banda de 8 atracadores y además, según la Policía, violadores consumados. Muchos de sus crímenes permanecían ocultos, pero la investigación de la Policía permitió armar el cuadro de sus desviaciones. Seguramente ahora saldrán a flote otros desmanes, cuando sus víctimas se den cuenta de que están tras las rejas y de que once mujeres violadas ya los denunciaron.
Su líder le hacía la inteligencia a fincas remotas con casas alejadas de los caminos, donde los gritos de las víctimas no fueran oídos, ni tampoco las vociferaciones de los violadores mientras las avasallaban. Llegaban y salían en bicicleta para no hacer ruido y para que les rindiera más el camino. Los miembros de la banda eran de Sincerín, Malagana, Arjona y hasta de San Carlos, un pueblo sinuano cercano a Cereté.
Los violadores en serie suelen ser lobos solitarios que estudian a sus víctimas y actúan a sangre fría, violándolas antes o después de asesinarlas. Los violadores en serie son adictos a la violación y al asesinato, una patología incurable.
Lo curioso de esta banda es que fueran violadores colectivos repetitivos, en vez de solo beodos y drogadictos a quienes alguna orgía se les saliera de las manos y terminara una vez en la violación de mujeres inermes. Usaban alucinógenos, pero como parte del ritual preparatorio antes de las violaciones.
Este grupo, que además de hacerse pasar por Águilas Negras se autodenominaba la Ley del Monte, entraba armado en una casa campesina remota, maniataba a los hombres y muchachos, obligaba a que sus víctimas les cocinaran sancochos y otras viandas, y de sobremesa, las violaban varios de ellos delante de sus maridos e hijos, aupados por su líder. Ya saciados y con el botín, se iba cada cual para su pueblo y casa hasta que su jefe los volviera a convocar.
Preocupa que estos degenerados, mediante uno u otro artilugio ante una justicia frecuentemente laxa, terminen sueltos por cualquier legalismo absurdo, del tipo que exaspera a los ciudadanos de bien y a veces los impulsa a hacer justicia por su propia mano. Ojalá que en este caso no suceda lo uno ni lo otro, y en cambio sean condenados de por vida, como lo merece cualquier violador.
En los Estados Unidos hay seis estados que permiten o requieren que los violadores en serie o repetitivos, como los que nos ocupan, sean castrados químicamente porque suelen no tener manera de modificar esta conducta, ni hay tratamiento psiquiátrico capaz de curarlos de su adicción inhumana.
Quitar de las calles y caminos polvorientos del campo bolivarense a semejantes monstruos es un logro importante porque no podrán violar a nadie más y porque les envía un mensaje contundente a quienes puedan tener desviaciones similares y ganas de proceder de la misma manera, de que terminarán presos si lo hacen.
Ojalá que las demás víctimas de estos bárbaros se animen a denunciarlos para que sea mucho menos probable que recobren su libertad.

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