Editorial


Oponerse sin proponer

A la informalidad transgresora de parte de la población cartagenera, habría que agregarle la insatisfacción con lo que ocurre, aunque sea bueno. La última nota se da con el Centro Histórico, cuya conservación y uso –como es normal- suscitan opiniones fuertes, y se critican dos eventos importantes para Cartagena: el Hay Festival y el Festival Internacional de Música, con el argumento de que son elitistas. Sería engorroso enumerar los beneficios que éstos irrigan hasta en los barrios periféricos, así que mencionamos sólo una iniciativa del Festival de Música, que asombrosamente encontró una oposición enconada, en lugar de la aprobación entusiasta que merece. Los organizadores del Festival quisieron realizar este año un concierto en la Plaza de la Trinidad del barrio Getsemaní, pero necesitan cerrarla y montar una estructura. Respetuosos de los moradores, convocaron a quienes representan legalmente a la comunidad, es decir, la Junta de Acción Comunal (JAC), y propusieron: Realizar el martes 12 de enero un concierto pago, cerrando la plaza y organizando en una de sus calles de acceso una muestra de artesanías y comida típica con vendedores escogidos por la propia comunidad, a quienes los asistentes podrían comprar sus productos. Al día siguiente, en el mismo sitio, se ofrecería el mismo programa con los mismos intérpretes, gratuitamente, para la gente del barrio y la JAC se encargaría de reconocer a los vecinos y organizar su acceso. Luego, se haría un segundo concierto pago. Algunos se oponen porque “se quiere cerrar la Plaza de la Trinidad para realizar allí uno de los conciertos y la comunidad de Getsemaní está molesta por considerar que se les está excluyendo”, y exigen que, como los espectáculos anteriores, este también sea abierto. Es loable la defensa de su barrio hecha por algunos habitantes de Getsemaní, y otros que no lo son, pero negarse a que se realice esta actividad allí, que fue no sólo consultada, sino coordinada con la comunidad, y que les dejará ciertos beneficios, es una posición poco constructiva. Una programación cultural de calidad tiene costos altos, y muy difícilmente tendrían los habitantes de la ciudad, incluido Getsemaní, cómo escuchar a la mezzo-soprano Katarzyna Sadej, el violín de Bella Hristova o de Robert McDuffie, el cello de Suren Bagratuni o la guitarra de Ricardo Cobo, interpretando a Bach, Dvorak, De Falla y Mozart. La Plaza de la Trinidad se cerrará durante unas horas para un concierto que le costará a cada asistente bastante dinero. Como retribución, unos 500 habitantes de Getsemaní –que es el aforo de las instalaciones- podrán asistir al mismo concierto sin pagar un peso. Este no parece ser exclusión ni atropello, sino una forma de conciliar los derechos de una comunidad cartagenera arraigada y tradicional, con las exigencias económicas de un evento de calidad excepcional. Para la insatisfacción de algunos, nada de lo que se hace aquí parece bueno, sino dañino, olvidando quizá el adagio de que lo perfecto es enemigo de lo bueno. Al no proponer alternativas, ni cómo mejorar los eventos, la única salida que parece quedar es una ciudad cerrada a cualquier iniciativa.

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