De tanto repetir las fórmulas para desear felicidades en la Navidad, es evidente que a lo largo de los años desgastamos las frases, reduciéndolas a una colección de buenos deseos, incumplidos bajo el peso de tanto sufrimiento, de tanta amargura.La época navideña es siempre propicia para reflexionar sobre los males del mundo, para manifestar preocupación por los niños pobres, explotados y abusados, para desear que se ablande el corazón de los terroristas y criminales que tanta muerte han sembrado, y para anhelar la preservación del planeta.
Pero millones de hombres y mujeres que ejercemos a diario el complicado oficio de vivir, perdemos la esperanza cuando observamos que los buenos deseos de muchos y las oraciones de algunos parecieran no tener efecto sobre esos males.
Es edificante y virtuoso clamar por el fin de las injusticias, indignarnos por tanta muerte en nuestros campos y ciudades, exigir de nuestros gobernantes honestidad y franqueza, pero ignoramos la manera de convertir esas emociones magnánimas en acciones efectivas.
¿Por qué este año no ensayamos otra manera de vivir la Navidad? ¿Por qué no convertir esas nobles pero inocuas preocupaciones en una estrategia actuante?
No está en nuestras manos acabar de repente con las guerras, los secuestros, las injusticias, los abusos, la corrupción y el dolor el mundo. Pero sí podemos contribuir a mejorar la vida cotidiana de nuestro entorno con pequeñas iniciativas de generosidad, ayudar a que se vaya consolidando la cultura de amor que necesitamos para eliminar estos flagelos.
Es inútil, y hasta hipócrita, que dediquemos nuestras oraciones a los niños abandonados o a las víctimas de la guerra, si en nuestra vida cotidiana ejercemos esa misma actitud discriminante que lanza niños a las calles y esa misma rabia irracional que mueve los espíritus de los violentos.
Más sincero y eficaz sería usar el tiempo gastado en lamentos grandilocuentes por el dolor de la humanidad, en ejercicios menos trascendentales, pero más productivos, de recuperación de valores.
Empecemos rescatando en esta Navidad el sentido de unión familiar, la cena multitudinaria que presidían los abuelos y en la que todos conversábamos sobre temas simples, mientras los niños esperaban inquietos la visita del Niño Dios. Practiquemos esta noche con ahínco la calidez de los abrazos y los cariños. Ensayemos la satisfacción de dar y con nuestros hijos compremos galletas para llevárselas a los ancianos de un asilo o a los niños enfermos de los hospitales.
Sólo practicando en la realidad cotidiana esas bellas palabras y deseos tradicionales de Navidad podremos reducir un poco los problemas de nuestro mundo.
Esta noche, en lugar de lamentarnos frente a los televisores viendo las crónicas noticiosas de la irracionalidad y la brutalidad del hombre o de la furia irrefrenable de la naturaleza, propongámonos desplegar en nuestro barrio, con nuestros vecinos, el diálogo, la comprensión y la tolerancia.
En 2012, trabajemos por la desfragmentación de Cartagena, identificando objetivos favorables para todos. No sugerimos convertirla en homogénea ni unanimista, pero sí en una ciudad viable.
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