Editorial


Otro fracaso, y no aprenden

Duele, no hay que negarlo, la eliminación de Colombia del Mundial Sudáfrica 2010, pero no podía esperarse otra cosa de un país que no es potencia futbolística, que tuvo un breve período de gloria hace 18 años y que a pesar de las enormes cantidades de dinero que se mueven en el torneo profesional, no ha logrado cimentar su calidad. El fútbol, tampoco puede negarse, es un gran negocio, pero los directivos de los equipos colombianos y de la Federación de Fútbol se olvidaron que un buen negocio requiere inversiones, desarrollo, estructura y seriedad, para que produzca el volumen de utilidades que lo haga verdaderamente próspero. En términos exclusivamente futbolísticos, no podía esperarse mucho de una selección cuyo primer técnico fue cambiado después de 8 partidos de la eliminatoria, por los malos resultados del equipo, pero el sucesor permaneció, a pesar de mostrar peores resultados, con el argumento de que era necesario mantener una estabilidad estratégica. A lo mejor los directivos de la Federación entienden la palabra estabilidad con un significado distinto del que tiene, porque en los nueve partidos en los que Lara fue director técnico, la nómina de la selección cambió casi totalmente, y jugadores que se empeñó tercamente en mantener, en nombre de la mencionada estabilidad estratégica –como Falcao García– resultaron improductivos, una circunstancia que sí ameritaba excluirlos. Y si hablamos de estrategia, Lara demostró ignorancia supina en esta materia, como lo demuestran los cambios errados en casi todos los partidos, aún los que ganó el equipo colombiano, con actitudes tan necias como el desconocimiento de la destreza de Giovanni Hernández o la terca renuencia a incluir a Teófilo Gutiérrez, que sólo reconsideró cuando ya era demasiado tarde. Pero la mediocridad de un técnico es apenas un síntoma de la grave enfermedad del fútbol colombiano, cuyos dirigentes se precian de vender jugadores a equipos del extranjero, sin revelar cuánto ganan ellos en cada transacción y sin aclarar que casi todos los futbolistas colombianos juegan ahora en equipos de discreta figuración o en ligas discretas, a diferencia de los de la época gloriosa que lo hacían en clubes grandes, como Asprilla en Newcastle y Parma; Ángel en el Aston Villa; o Jorge Bolaños y Córdoba en el Inter. Nuestro fútbol no es bueno, eso es innegable, y basta mirar cualquier partido del torneo colombiano para comprobarlo. Lo más triste es que hay miles de potenciales estrellas que muestran sus capacidades en las ligas infantiles y juveniles, pero que no han terminado de formarse deportivamente, cuando ya están inmersos en la telaraña de las transacciones y esclavizados por la voracidad y ambición de los dirigentes. Cuando quieren defender sus derechos, se trunca su carrera. El fracaso en las eliminatorias debería tener como consecuencias iniciales la inmediata destitución del técnico y la renuncia de la junta directiva de la Federación Colombiana de Fútbol. Eso mostraría que al menos tienen vergüenza y algo de dignidad. Como dijo un lector que comentó la noticia de la eliminación en la página web de este periódico, lo mejor de este fracaso es que durante al menos dos años, no volveremos a oír enrevesados cálculos logarítmicos y operaciones con raíces cúbicas, para mantener una ridícula y precaria esperanza de clasificar, como siempre, si los demás equipos nos colaboran.

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