Editorial


Palangres, Pacífico y Caribe

Ayer en la mañana RCN Radio entrevistó a Sandra Bessudo, Alta Consejera para la Biodiversidad del gobierno de Colombia, quien con mucha razón removió cielo y tierra porque 10 barcos costarricenses se metieron a pescar en aguas colombianas protegidas en el Pacífico, haciendo barrejobo con los tiburones de la zona para quitarles las aletas, consideradas una delicadeza afrodisiaca en el mercado asiático, donde tiene una demanda grandísima.
Bessudo fue alertada por unos buzos alemanes, quienes en vez de naturaleza intocada, encontraron un cementerio ictiológico en el fondo del mar, estimado en más de 2.000 tiburones muertos y con las aletas cercenadas.
La Consejera alertó a la Cancillería colombiana y ésta a su contraparte de Costa Rica, cuyo gobierno investigará los sucesos. Costa Rica es un país considerado vanguardista en el cuidado del ambiente y en su uso responsable, por lo que se supone que tomará acciones efectivas.
Los ingresos de Costa Rica por concepto del turismo de naturaleza son importantísimos, pero tiene un lunar serio: sus pescadores nativos artesanales adoptaron la práctica del palangre, que consiste en extender líneas de kilómetros de largo que flotan mediante “corchos” sintéticos, y de la que penden miles de anzuelos con carnadas en los que mueren miles de peces de todas las especies, de manera indiscriminada. También caen tortugas, que por estar en peligro de extinción, son protegidas, al igual que delfines y aves marinas.
Para Costa Rica los pescadores que utilizan palangres son un peligro, no solo por el daño terrible que le hacen a la naturaleza, sino porque desacreditan al país y echan por tierra sus esfuerzos meritorios y reales por preservar el ambiente. Menos mal que ese gobierno hace todo lo posible por limitar la pesca con palangres, teniendo el objetivo final de acabarla del todo.
Aunque el Caribe colombiano tiene también un paladín en Elizabeth Taylor, la directora de Coralina, la CAR de San Andrés Islas, quien se ha parado firme con respecto a las amenazas ambientales a su archipiélago, como la exploración petrolera en sus aguas, no sucede lo mismo en el resto de este mar territorial colombiano y los palangreros expolian su naturaleza con la anuencia del propio gobierno, especialmente el Incoder, sin cuyo apoyo les sería imposible obtener licencias a precios irrisorios, cuando Colombia no debería expedir ninguna, a ningún costo, porque equivale a un suicidio ecológico del país.
Ojalá que los TLC con los países orientales, ávidos de pescado barato, no entreguen nuestros mares como fue entregada la ganadería y parte del agro colombiano en el TLC con los Estados Unidos. El Caribe necesita que la doctora Sandra Bessudo, quien ya conoce bien el caso de los palangreros aquí, le ponga la misma pasión que al Pacífico, pero sobretodo, que el Gobierno revise su política pesquera, determinada hasta ahora por funcionarios invisibles en Bogotá, como si se tratara de un asunto menor para el país y para el mundo.
El Caribe –reiteramos- espera el mismo entusiasmo del Gobierno para defender sus recursos ictiológicos que el mostrado hacia el Pacífico.

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