Editorial


Perdónanos, Etelvina

Siempre será lamentable que el primer mes del recién nacido 2010 tuviera que cerrarse con la noticia de la muerte de Etelvina Maldonado, una de las voces más sublimes que tuvieron el bullerengue y toda la música raizal colombiana de las últimas décadas. Con su deceso, reaparece la inquietud de años pasados cuando fueron surgiendo y apagándose artistas de la tercera edad como Irene Martínez, Emilia y Marta Herrera, Juan Polo Cervantes (apodado “Valencia”) y otros que harían extensa la lista, pero no innecesarios los planteamientos. Por mucho que los discursos traten de decir lo contrario, no existen en Colombia políticas encaminadas al apoyo y a la protección de los artistas folclóricos, sobre todo si se trata de personas que ya han alcanzado una mayoría de edad considerable. Las únicas “políticas” son las de los homenajes y entregas de pergaminos y galardones que pocas cosas resuelven en el día a día de quienes los reciben. Eltelvina Maldonado, por ejemplo, se paseó por diferentes escenarios entre la Región Caribe y el interior de Colombia, pero eran quienes la invitaban los que ponían precio a sus presentaciones, aprovechándose del gusto que ella sentía por cantar sin dejarse llevar por el espejismo de la ganancia inmediata. Como episodio indignante queda la oportunidad en que la Gobernación de Bolívar la invitó a una gira por Europa mediante el argumento falaz de que deseaban regalarle un lindo paseo, pero al mismo tiempo debía hacer varias presentaciones por las cuales sólo recibió 30 euros, que escasamente le sirvieron para solucionar algunos apremios cotidianos. La vivienda que le entregaron en el barrio Colombiatón no fue producto del agradecimiento del Gobierno nacional por su aporte desinteresado a los colores de la Patria, sino la respuesta a sus necesidades de damnificada durante el invierno de 2004, que azotó al barrio El Pozón, en donde también vivió en condiciones no muy dignas que digamos. Más allá de que un artista folclórico incurra en la bohemia y en la mala administración de su talento y de sus ganancias, las políticas culturales colombianas a menudo se muestran negligentes respecto a protección social, dado que en cuanto enferman o fallecen salen a la palestra otros tipos de solidaridades manifestadas en colectas y campañas caritativas que no debería permitir un Estado verdaderamente respetable. La poca ambición y la preparación académica nula de los juglares también ha sido factor determinante en el destino de pobreza que les ha tocado enfrentar, ya que muy pocos poseen el conocimiento que se requiere para rodearse de una estructura empresarial que les administre con eficacia lo que saben; y que, sobre todo, los salvaguarde de los aprovechados que pululan en los despachos públicos, en los escenarios y en las casas disqueras. Y hablando de aprovechados, el martes, cuando recién se supo la noticia del fallecimiento de Etelvina, las llamadas a este diario de parte de políticos, grupos étnicos y culturales fueron incontables, quienes pedían publicar sus nombres “solidarizándose” con los familiares de la cantadora. ¿Qué tal?

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