Hay dos extremos perniciosos que se vuelven el mayor obstáculo para el desarrollo armónico y próspero de las ciudades con patrimonio histórico: la permisividad con los ciudadanos para que hagan lo que les venga en gana, o el fundamentalismo que frena toda iniciativa en nombre de la conservación de los monumentos o de la conservación de los ecosistemas.
En Cartagena conviven los dos extremos.
Larga es la lista de comportamientos ciudadanos basados en el interés o la comodidad personal, sin que importe el perjuicio causado a los demás, perceptibles a diario en las calles, en las aceras y en cualquier rincón de la ciudad.
También es larga la lista de atentados contra el patrimonio monumental o contra nuestros recursos naturales, que se perpetúan en la más chocante impunidad.
En el otro extremo, el fundamentalismo histórico o ecológico ha congelado cualquier iniciativa probadamente sustentable, porque toca una parte de nuestros ecosistemas o porque contrasta, sin destruir ni desvirtuar, con la ortodoxia del esquema arquitectónico.
Un ejemplo patético de este fundamentalismo que obstaculiza el crecimiento potencial de la ciudad como destino turístico es lo que ocurre con los problemas de las telecomunicaciones en el Centro Histórico, ya que por imperativo del Plan de Ordenamientro Territorial (POT) no se pueden instalar antenas allí y las paredes gruesas típicas de la arquitectura colonial bloquean las señales de teléfonos móviles y transmisiones en amplitud modulada.
La mayor queja de los turistas, especialmente de los extranjeros, es que la señal de celular se suspende o las llamadas se cortan cuando entran a una edificación, una molestia que muchos pueden tener en cuenta para recomendar a Cartagena o regresar a ella.
Óscar León, director de la Agencia Nacional del Espectro (ANE), una entidad gubernamental de vigilancia y control del espectro radioeléctrico en Colombia, dice que es hora de buscar soluciones que armonicen la obligación de conservar el patrimonio con la necesidad de ofrecer excelentes servicios de telecomunicaciones a nuestros visitantes.
Él sugiere que se haga algo similar a lo que se hizo en la zona histórica de Barcelona (España), considerada una de las ciudades con mejor infraestructura de telecomunicaciones del mundo, que permite instalar antenas, pero mimetizadas para que se confundan con el entorno y no sean perceptibles, y en sitios donde no dañen las edificaciones.
Replicar aquí la experiencia de Barcelona requiere sólo modificaciones menores en el POT, una iniciativa que debería liderar el Concejo Distrital y que, sin deteriorar el patrimonio, permita adecuar la ciudad a los estándares mundiales en telecomunicaciones, un servicio imprescindible para el desarrollo de la industria turística, especialmente de Reuniones, Congresos y Convenciones.
Muchas otras normas o reglamentaciones deberían ser examinadas en Cartagena, para destrabar ineludibles proyectos, no solo de desarrollo económico o empresarial, sino de contenido social relevante.
Pero esta flexibilidad contra el fundamentalismo debe ir de la mano de un ejercicio pleno de la autoridad que acabe con la informalidad y el libertinaje urbano de todos los estratos, que se volvieron a tomar las aceras del Centro para parqueaderos y como mostradores de mercancía pirata.
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