Editorial


Planear para nativos y turistas

La temporada turística ha estado muy concurrida y aunque bajará en estos días, seguirá hasta marzo por la concatenación de eventos, incluido el Hay Festival y la reunión de presidentes, entre muchos otros. Sería bueno que a la vez que nos congratulamos por todo lo que la ciudad ha avanzado turísticamente en los últimos años, aprendiéramos a planificar lo que nos falta. Cartagena es una colcha de retazos en la cual se entra a sectores con cierta modernidad en su funcionamiento y apariencia, y se pasa de allí a otros del tercer mundo, todos dentro de la misma zona turística, por no mencionar que también sucede a gran escala entre los barrios de estrato 6 y los de estrato 1. Si alguien ingresara a Bocagrande por la Avenida del Pescador, la contemplación del paisaje se vería interrumpida súbitamente por unos tipos que saltan de la acera al asfalto con letreros de cartón que dicen “Apartamentos”. Si siguiera por la carrera Primera, atravesara El Laguito, continuara por el borde del agua hasta Castillogrande y saliera de Bocagrande por la orilla de la Bahía, sentiría esos cambios varias veces, y de manera consecutiva. Sobre la Avenida Primera hay verdaderos lupanares en los lotes no construidos, de donde salen las carpas hacia las playas todas las mañanas, al igual que las ventas ambulantes del sector, y que sirven de parqueadero de buses y carros. Igual pasa en otras calles. Prestan un gran servicio en algunos aspectos, pero apenas levanten edificios en ellos, desaparecerán sus beneficios y le pondrán más presión a los servicios y a la movilidad del barrio. Ir por El Laguito hacia el Hotel Hilton da la sensación de atravesar por un sitio de estrato bajo, con calles inundadas y andenes atiborrados de vehículos, hacia el estrato alto del hotel. Una vez en la Avenida del Retorno, las bahías de parqueo diseñadas para el disfrute de los ciudadanos están ocupadas por buses nacionales enormes, defensa contra defensa, impidiendo la vista del malogrado Laguito. Si se visita Castillogrande entre semana, es un sector residencial lujoso, pero si se va en fin de semana, sus playas las han convertido en un muladar con gente orinándose en cualquier lugar, bolsas, vasos y platos plásticos en la arena, el paseo peatonal, los andenes o en la propia calle. Y el ruido puede ser ensordecedor, especialmente para quienes viven al frente y pagan algunos de los impuestos más altos de la ciudad. Hemos insistido aquí muchas veces en que se necesita una entidad técnica seria, no sujeta a la rapiña politiquera, que se ocupe de hacer una planificación verdadera, y de imaginar y poner en el papel la ciudad que debería ser Cartagena, en beneficio de todos sus habitantes. Eso no ha pasado, y la colcha de retazos se enreda y complica cada vez más. Si la Alcaldesa le dejara a la ciudad una oficina de Planeación con las facultades legales para ejercer la función que indica su nombre, puesta a salvo de los intereses torticeros que estimulan a los funcionarios venales y limitan a los honestos, sería un legado invaluable.

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