Editorial


Política agropecuaria para Bolívar

Es inaudito que hasta ahora, los gobernadores de Bolívar entran a dirigir un departamento que –salvo Cartagena, su capital- es mayormente rural, sin dejarle al territorio un plan agropecuario coherente, con peso de política de Estado, de manera que cada nuevo gobernador lo pueda continuar.
Bolívar tiene tierras riquísimas, fértiles y extensas: Marialabaja, Montes de María (María la Alta), Mompox y la Mojana bolivarense, por solo nombrar globos reconocidos por su buena calidad de tierra, alta y baja, dejando por fuera otros “bolsillos” de suelos también ubérrimos.
Los sabihondos que aparecen de cuando en cuando en los diversos escenarios nacionales suelen fustigar a los tierra habientes del país, grandes, medianos y pequeños, sobre todo a los de terrenos mayores en la Costa Caribe, por no “tecnificar” sus explotaciones. Pero los sabihondos no saben que la única fuente de tecnificación significativa para las actividades agropecuarias es el agua para regar. Con agua garantizada sí se pueden sacar cuentas razonablemente acertadas para las actividades del campo.
Es triste que un departamento como Bolívar, al que cruza el Canal del Dique por el norte, el río Magdalena por el sur, y que tiene tierras altas en otras partes donde hacer represas para luego regar por gravedad en los veranos, siga siendo paupérrimo por la falta de agua para uso agropecuario. En esas condiciones no se puede sembrar en serio ni se puede tener una ganadería social y económicamente rentable, porque se deben emplear los pastos del invierno para reponer los kilos perdidos por el ganado en el verano. Es la ocupación que más se parece al espíritu del cuento del gallo capón, que no va para ninguna parte.
Por falta de una política agraria departamental que funcione más allá de nombrar cuotas políticas en algunos cargos del campo, que ni que tuvieran voluntad de trabajar lo podrían hacer dada la falta de recursos y apoyo serio, el campo bolivarense, como casi todo el de la Costa Caribe, se volvió un exportador de desocupados a los cinturones de miseria de las ciudades, especialmente los barrios de Cartagena.
El primer paso de un gobernador que quisiera hacer algo serio por el agro bolivarense sería marcar un derrotero, que comenzaría por recoger los diversos estudios de suelo del departamento y todo lo demás que se haya hecho hasta la presente para partir de allí. Luego se definirían unas líneas de trabajo en la agricultura y la ganadería.
Como es evidente la falta de presupuesto, una política departamental comenzaría por gestionar muchos de los servicios que ya proveen entidades multilaterales y que usualmente requieren contrapartidas nimias, pero que sí exigen trabajo a conciencia. También hay líneas de crédito nacionales muy favorables, que la gente del agro que verdaderamente las necesita ni siquiera sabe que existen, ni cómo obtenerlas.
El gobernador entrante, Juan Carlos Gossaín, no debería desperdiciar sus cuatro años al frente de Bolívar sin hacer despegar el sector agropecuario, indispensable para el bienestar alimentario de la gente del campo y de las ciudades, y para su progreso social.

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